lunes, 26 de julio de 2010

EL HOMBRE INVISIBLE (JAMES WHALE - 1933)


El secreto está en la voz. Esta y no otra es la explicación de la gran valoración de un actor novel (en el cine americano) como Claude Rains quien, por su invisibilidad, no chupa demasiada cámara. Eso sí, su "golden sinister voice" fue su principal valedor ante James Whale quien, desde el principio, jugó la baza de Rains frente a un Boris Karloff excesivamente costoso para la productora. Les digo todo esto para que no cometan el mismo error que yo cometí, es decir, ver la versión doblada. Avisados quedan.

Sin el plato fuerte de la voz siniestra e intelectual de Claude Rains, mis oídos se centraron en los gritos de Una O,Connor magistral y mis ojos en la hermosa presencia de Gloria Stuart, actriz que reverdeció laureles en Titanic como recordarán, mientras que mi interés se prendía en una historia, donde se mezcla la comedia, negra por supuesto, con el terror de unos personajes que Whale acerca al espectador en una oferta de cotidianeidad. Por supuesto que en este estilo Whale no falta ni sangre ni truenos, elementos imprescindibles en una película de terror que se precie, pero sus criaturas suscitan la curiosidad del espectador no exenta de cierta ternura.

Es sabido que el film está basado en una obra de H.G. Wells. Los puristas aducen diferencias sustanciales entre film y novela. Por ejemplo, la inclusión de una trama amorosa es una de las licencias cinematográficas. Por otra parte, el propio Wells declaró que la película había convertido a un científico brillante en un lunático y esa licencia no podía perdonarla. Whale replicó que para la audiencia solo un perturbado podría querer volverse invisible. Controversias aparte, la película ha quedado como una de las obras maestras del género y James Whale fue recompensado con una Mención Especial en el Festival de Venecia de 1934 por su labor. Por su parte The New York Times incluyó al film entre los diez mejores de 1933.

Lo que sí merece mención, y muy especial, son los efectos especiales. El "mago" John P. Fulton mediante una técnica de fondos negros, precursora de tecnologías más actuales como la pantalla azul, consigue efectos prácticamente perfectos absolutamente innovadores.

En resumen, una película imprescindible por muchos motivos y en la que, a pesar de sus discrepancias, H.G.Wells alabó la espléndida actuación de Una O,Connor

jueves, 22 de julio de 2010

EL JUEZ PRIEST (JOHN FORD - 1934)




Somos los que somos y vivimos el tiempo que nos ha tocado. Por ello, cuando jugamos a juzgar acontecimientos que pasaron hace un siglo son inevitables errores de apreciación. Nuestra vista de águila se queda miope ante hechos ocurridos en los s. XIX y XX, "retratados" en el año 1934 por el maestro John Ford.

No estoy afirmando ni negando que el juez Priest existiese realmente, solo digo que la guerra civil americana dejó huellas inevitables, que la situación de los negros en USA ha pasado por distintas etapas, la mayoría de ellas injuriosas para ellos y que esto resulta difícil de apreciar desde distancias físicas y, especialmente, temporales.

Por muchos julepes de menta que aparezcan y por mucho juntar caramelo como entretenimiento festivo, la película tiene profundidades que solo los grandes genios del cine saben transmitir. Y Ford es un genio. Lo digo con conocimiento y sin excluir del Olimpo de los Genios a otros grandes realizadores antiguos o actuales. Hay más, pero Ford está entre ellos. Y si alguien ve esta película como simplona, meliflua y acaramelada es que se ha quedado justo a las puertas de un umbral que el gran Ford nos ha invitado a traspasar.

Ford nos acompaña en la visita a una comunidad rural sureña, orgullosa de su pasado, que ha sobrevivido a sus derrotas con el orgullo intacto. Una comunidad donde la posición de los negros no es fácil por mucho que parezcan vivir en un happy party continuo entre canciones, espirituales y aleluyas. No es casual que en el inicio del film un juez Priest más interesado en las viñetas del periódico que en el proceso que dirige, evite, con la suficiencia de quien lo hace todos los días, el linchamiento de un hombre de color acusado de robar un pollo. Esta es la forma en que Ford nos presenta a la cordura y al buen juicio. Sentadas en el estrado, sin toga pero con el espíritu de la justicia intacto.

Ese talante conciliador lo aplica Priest en todos los órdenes de su vida, tomando partido por las causas que lo merecen y apoyándolas de pensamiento y obra, dándole a todas las cosas su justo valor y elevando lo accesorio al terreno de lo fundamental. La improvisada orquesta callejera tocando, frente a la ventana abierta del tribunal, himnos patrióticos capaces de levantar el alma sureña, no es baladí.

Los negros no siempre estarían cantando. Coincido plenamente. Pero no puede decirse que no hubiera personajes con sentido de la responsabilidad, amantes de la verdad y respetuosos con sus semejantes fuesen del color que fuesen. Creo que coincidirán conmigo. Esta es la versión de un "humanista" del cine como Ford en una de sus películas iniciales, cuando aún no se sabía que Ford fuese Ford y la crítica se cebaba más de lo acostumbrado especialmente si blancos y negros confraternizaban más de lo políticamente correcto.

Ford afirmaba que esta era una de sus películas favoritas. En realidad, lo eran todas aquellas películas que sufrían las injustificadas iras de críticos con anteojeras.




lunes, 19 de julio de 2010

VENUS ERA MUJER (WILLIAM A, SEITER - 1948)


Cuentan las crónicas que la película se inspiró en un exitoso musical de Broadway dirigido por Elia Kazan y protagonizado por Mary Martin. Siguen contando que la tal Mary Martin era una cantante excelente, al punto que por A touch of Venus recibió el Donaldson Award y el New York Film Critics Circle Award en el año 1943. El éxito llegó al punto que la gran Mary Pickford quiso producir la versión cinematográfica del musical, esperando contar con Mary Martin para el papel de Venus pero, ah amigo, la futura Venus estaba embarazada y una estatua en estado de gestación no hubiese resultado apropiado. Por ello, Miss Pickford vendió los derechos a la Universal quien sacó adelante el proyecto con algunos cambios.

Así Ava Gardner reemplazó a Mary Martin, y del mismo modo, Frank Sinatra, Clifton Webb y Bert Lahr, quienes figuraban en el proyecto Pickford, fueron sustituidos por Robert Walker, Dick Haymes y Eve Arden, entre otros. Por su parte los dieciséis números musicales del original de Broadway, compuestos por Kurt Weill, se quedan en dos, y como supondrán Miss Gardner debe ser doblada por Eilenn Wilson, "uncredited". Hasta aquí, un breve resumen de lo que cuentan las crónicas.

Yo únicamente puedo contarles lo que veo. Y donde se ponga Ava Gardner que se quiten todas las Mary Martin del mundo, con todo mi respeto, que esto no es cuestión de faltarle a nadie pero Ava era una diosa en cuerpo, lo del alma no viene al caso, y si hay que doblarla se la dobla pero el papel es suyo. Un papel de diosa del amor vestida con sabanitas (clámide para los más cultos) tiene un nombre propio y es el del animal más bello del mundo: Ava Gardner.

Lo de Robert Walker ya es otra cosa. No lo hace mal el caballero pero la imagen de aquel Bruno de "Extraños en un tren" es demasiado alargada y parece mantenernos en vilo a ver cuando nos va a proponer el asesinato perfecto. Y del resto del reparto coincido con la generalidad de espectadores en que Eve Arden está magistral en su papel de secretaria reclamando a gritos unas rodillas de jefe donde sentarse.

Los números musicales son tan escasos que no podría afirmarse con contundencia que "Venus era mujer" sea un musical. Pero las dos canciones de Kurt Weill elegidas, "Speak Low" y "Thats him" son un acierto.

Resumiendo, una película entretenida, muy veraniega y a la que no le vienen mal las palomitas. Eso sí, no se me atraganten que Ava es una mujer de doble impacto y muerte súbita y no Van Damme.


viernes, 16 de julio de 2010

DEJAD PASO AL MAÑANA (LEO McCAREY - 1937)





Si después de ver esta película no debe usted hacer muecas extrañas para contener alguna lágrima que otra, le sugiero chequee sus constantes vitales y si es posible un análisis que certifique que el líquido que corre por sus venas es rojo y contiene hematíes y estas cosas. Ah, y no lo considere ningún deshonor ni sinónimo alguno de debilidad o poca hombría, si es usted varón, que torres más altas han caído.


Dejad paso al mañana, independientemente de sus valores artísticos que los tiene, es un retrato a escala natural de la vida. Un retrato en el que salimos todos representados, unos son el mañana y otros los que deben dejarle paso. Cada cual encajamos en un rol, pero no hay que confiarse porque el rol que juguemos en el presente será, mutis mutandi, distinto al rol futuro. Y la unión entre evolución personal y visionado del film desemboca en esa lágrima que nos incomoda, en ese pensamiento que vuela hasta el reloj de nuestros años e incluso, si tenemos la suerte de compartir la vida con otra persona a la que amamos, en requerir su presencia solo porque deseamos verla. Los que hoy son el mañana seguro verán sensiblerías en este comentario mientras los que ya empezamos a dejar paso, vemos sentimientos. Así ha sido desde que el mundo es mundo y así seguirá siendo.

Por descontado que estamos ante una película más que recomendable, imprescindible. Con dos actuaciones espectaculares en su realismo, Victor Moore Y Beulah Bondi, con uno de los secundarios de oro del cine de todos los tiempos Thomas Mitchell, con un guión solido (Viña Delmar) con frases que te zigzaguean el alma o lo que tengamos dentro: “Cuando tienes 70, la máxima diversión consiste en fingir que no te importa enfrentarte a los hechos... ¿te importaría que siguiera fingiendo?” y en la que, con un presupuesto limitado donde abundan los interiores, Leo McCarey cambia de pareja. Y así los Stan Laurel y Oliver Hardy se vuelven Bark y Lucy Cooper, igualmente entrañables pero sustancialmente diferentes. La comicidad se vuelve trascendencia y el directo al corazón está lanzado.

McCarey al recibir el Oscar al mejor director por La pícara puritana dijo “Gracias, pero me dieron el premio por la película equivocada”. En la misma línea estaban John Ford o Jean Renoir, fans incondicionales de esta gran película. Para Orson Welles era la película más triste que nunca hubiese visto, “hace llorar hasta las piedras”.

Aunque lo melodramático y lo trascendental no sean su fuerte, no dejen de ver esta auténtica obra maestra. Si les deja demasiado “tocados” recupérense con algunos films cortos de El gordo y el flaco. La risa es necesaria en nuestra vida pero aplicar un electroshock a nuestras sensibilidades dormidas, también.

sábado, 10 de julio de 2010

LA BATALLA DE LAS COLINAS DEL WHISKY (JOHN STURGES - 1965)


Al western, género rudo donde los haya, no le sientan demasiado mal los aires de comedia ni las sátiras inteligentes. El humor no es incompatible con el salvaje oeste, como ya probaron suficientemente los Marx Brothers. La batalla de las colinas del whisky es otra muestra más de una simbiosis donde el "muerde la bala" y el "yo soy la venganza" son reemplazados por las visiones borrachas de oráculos borrachines, las alegres cantinelas de la liga de mujeres antialcohol y los otrora indómitos indios exhibiendo sus papeles que los acreditan como buenos ciudadanos.

Esta es una visión superficial, sin duda, de un film que deja buenas vibraciones y al que se le ha criticado con cierta razón su duración excesiva. Más de dos horas y media es mucho tiempo cuando en realidad y como es el caso no hay tanto que decir. Las caricaturas del ejército, de las ligas femeninas, de los salvajes indios pero menos y de los honrados y sedientos ciudadanos de Denver están muy bien conseguidas aunque se dilatan mas de lo aconsejable con riesgo de cansar al espectador. Menos mal que la excelente música de Elmer Bernstein ameniza la velada con sus pegadizas "westerns-melody"

Un cargamento de whisky con destino a Denver es, por muy distintas razones, el clarísimo objeto del deseo de señoras intolerantes, indios aparentemente redimidos, oráculos con falta de gasolina (léase whisky) y ciudadanos sedientos, todos bajo el cielo protector del ejercito USA. Mezcla explosiva donde las haya, encendida por los conflictos laborales de los explotados conductores irlandeses y avivada por Jefe Cinco Barriles y su tribu.

Seguro que habrá quien considere impropia esta alteración de un género habitualmente tan purista como el western y especialmente viniendo de quien viene, de un John Sturges, figura señera donde las haya. Por mi parte agradezco la originalidad de un film que nos depara instantes humorísticos plenamente conseguidos y secuencias inolvidables, amen de una muy buena interpretación de Burt Lancaster, Lee Remick y Donald Pleasence entre otros. El caso de Lancaster puede ejemplarizar como un actor de los considerados duros puede encajar perfectamente dentro del cine "club de la comedia". Claro que, como resulta evidente, estamos hablando de uno de los actores más capaces de la historia del cine.

Este tipo de películas suelen catalogarse dentro del cine familiar. Estoy de acuerdo. Sin embargo me niego asociar conceptos como cine familiar, cine de barrio, cine palomitas y siguiendo por esa línea, acabar en los conceptos estereotipados de siempre, con la calidad dejando más que desear. La batalla de las colinas del whisky ofrece interés, buen hacer y entretenimiento en un trabajo de Sturges que, sin ser una obra maestra, está perfectamente conseguida.

Eso sí, se les fue la mano con la duración.




domingo, 4 de julio de 2010

LA TORRE DE LOS AMBICIOSOS (ROBERT WISE - 1954) -


Los ojos de Barbara Stanwyck llenando por completo la pantalla. Como música de fondo, el discurso "romántico-idealista-país multicolor" de William Holden. Esta es la síntesis de un film que prometía tiburones despedazándose y se quedó en plácidas abejas Maya bajo el sol. Porque, miren ustedes, sin adelantar desenlaces, la cosa no es creíble. El mundo empresarial si por algo se caracterizó en el siglo XX fue por su culto al dinero, al beneficio y a la rentabilidad de los accionistas. O sea que Fredric March es el único que parece tener los pies en el planeta Tierra, mal que nos pese y aunque sea el malo de la película.

¿Que los muebles quedan perfectos para la foto del muestrario y nada más? Ya lo dijo Quevedo, poderoso caballero es Don Dinero. ¿Que la pata de la mesa está desatada y quebrada? Din Don Din Don es Don es Don Dinero. Lo del cliente siempre tiene razón es un invento moderno, un mal necesario para seguir atesorando beneficios pero sin perder el norte. ¿O es que se piensan que la crisis actual surge para proteger al sufrido ciudadano, fiel cliente de las empresas de toda la vida? Mas bien al contrario, son las especulaciones financieras de quienes tienen dinero y quieren más todavía, las que pisotean la economía mundial. Todo eso ya lo saben ustedes.

Si no han visto la película tal vez desconozcan que Robert Wise contó con un plantel de actores excelentes: Paul Douglas, June Allyson, Fredric March, Shelley Winters, Walter Pidgeon, Nina Foch (excelente), Louis Calhern, William Holden y mi admiradísima Barbara Stanwyck, y si la película mantiene un nivel medianamente digno es gracias a ellos. Tampoco hay que infravalorar su inicio, cercano al cine negro o determinados aspectos concretos como el desarrollo de las votaciones con su carga de tensiones y motivaciones ocultas. Y para serles, absolutamente sinceros, en ciertas fases del film llegué a buscar puntos de coincidencia con aquella maravilla de Frizt Lang que se llamó Mientras Nueva York Duerme.

Puro espejismo. Al final, la película que rondaba por mi cabeza era La locura del dólar del maestro Frank Capra. Su propuesta optimista para una sociedad americana en crisis me pareció muchísimo más ortodoxa y ajustada a los cánones económicos que esta La torre de los ambiciosos. Capra levantaba los ánimos a un país en bancarrota. Wise levanta a los espectadores de los asientos canturreando..."la abeja Maya bajo el sol"...