jueves, 28 de febrero de 2013

EL RENO BLANCO (ERIK BLOMBERG - 1952)


En ocasiones me pregunto ¿Hasta que punto es objetiva la crítica de un film realizado en otro tiempo y en otro lugar y en circunstancias que nos son ajenas? Un film finlandés rodado en 1957 y en un entorno social muy distinto al nuestro, esconde matices que suelen escaparse. Por ejemplo los entendidos en cine finés se sorprenden del tratamiento dado a la mujer (compitiendo con los hombres e inconformista con su rol de esposa resignada a la espera del marido) en un entorno rural y en una época de machismo cerrado.

Sin embargo, uno no puede entrar al trapo de la objetividad absoluta. No es exigible un curso previo de historia de Finlandia ni de la mitología de los países nórdicos para ver esta película. Una mínima cultura general y una máxima sensibilidad personal, junto a la condición de cinéfilo amante deben bastar. Y con esos valores mi opinión del film es la siguiente:

Por encima de todo, la característica principal más destacable de El reno blanco es su aspecto documental, lo cual no es extraño dada la trayectoria previa de su director, un documentalista consagrado que rodó su película en entornos ya conocidos por él. En este orden de cosas, los paisajes nevados, las carreras de trineos, las manadas de renos o el paraje revestido de cornamentas confieren a esta obra una belleza singular y un cierto exotismo deslumbrante para espectadores de otras fronteras. La fotografía es un punto a favor y así debe reconocerse.

Pero más allá de las formas está la historia y aquí, en mi modesta opinión, la película no responde a las expectativas. Al contrario de otros trabajos cinematográficos europeos (y estoy pensando, por ejemplo, en El helecho dorado de Jiri Weiss) desaparecen otras leyendas autóctonas que seguramente deben formar parte del patrimonio sociocultural finlandés y se recurre al tema del vamprisimo, cuestión mucho más universal y que, a los ojos de sujetos como menda parecen metidas a golpe de calzador en las entretelas o “entrepieles”, si así lo prefieren, de renos blancos o de cualquier color. Dicho de otra forma, me ha desencantado acudir a Finlandia para encontrarme los vampiros transilvanos, aunque ,me corroe la duda de si los ancestros del conde Drácula pudieron surgir, como el espía, del frío escandinavo.

Estamos frente a la historia de una mujer poco convencional que trás casarse y ser abandonada por un marido que parte al poco tiempo en labores ganaderas, decide acudir al shaman del poblado para conseguir por medios mágicos la seducción necesaria y atraer al sexo opuesto hacia la satisfacción de sus necesidades. La cosa se complica con la ofrenda mortal de un pequeño reno convirtiendo a la impulsiva señora en un hermoso astado blanco que, en las noches de luna llena, busca su alimento sanguíneo.

Ese atavismo animal que tan bien sentaba en la pantera de Tourneur, aquí parece un tanto blandito, quizás porque los renos se asocian más a Papá Noel que a los miedos insondables. Tal vez por ello, el film, como historia que se nos cuenta, no me acabó de llegar ni de llenar. Y aun reconociendo que algo tendría el agua para ser bendecida con premios internacionales (1953: Festival de Cannes: Premio Internacional. Nominada al Gran Premio del Festival y 1956: Globos de oro: Mejor película de habla no inglesa) pues que nones, que el blanco y negro a la nieve, a los renos y a los trajes típicos le sienta bien, pero la historia no. O me lo expliquen,... Silencio, se escucha.

Puntuación: 6,00

sábado, 16 de febrero de 2013

EL DESORDEN Y LA NOCHE (GILLES GRANGIER - 1958)




No es la primera vez que manifiesto mi interés por el llamado polar francés. Ese cine negro americano al que el Sena y los conflictos de la vieja Europa dieron un “air” diferente y especial. Es verdad que “Le desordre et la nuit” puede encuadrarse también en un mucho más amplio género policial, pero los rasgos identificativos del noir son evidentes: La noche y esas salas de fiesta regentadas por presuntos delincuentes, donde todo es turbio y la legalidad depende muchas veces de la disposición a colaborar con el “flic” de turno, son elementos claramente definidores del polar galo. También Gabin compone un personaje que si bien recuerda a su irrepetible Maigret, lo “humaniza” en tanto sucumbe al poder de seducción de Nadja Tiller en su rol de una prostituta alemana amante del mafioso asesinado. En este juego de claroscuros el policial se nos vuelve “noir” y el resultado es altamente positivo.


Se ha dicho, que este tipo de films franceses de los años 50 sigue unos parámetros muy similares. Con la droga como centro y los cabarets como hábitat natural, la trama suele girar alrededor de algún gángster preferentemente de orígenes italianos y contar siempre con la presencia de la imprescindible mujer fatal “siempre con problemas”. Las diferencias las suele poner La Rue des Orfebres, asignando el caso a uno u otro inspector. Así diferenciamos entre los casos asignados a Lino Ventura, a Alain Delon o a Jean Gabin. Tres eran tres. Y todos ellos, cada uno con su estilo, resuelven el caso, cuestión que tenemos clara desde el principio. Así que, igual que si leyésemos una novela de Simenon, lo importante está en el quien, pero sobre todo en el cómo lo resuelven.


“Simoni” traficante de drogas y propietario de una “boîte” en Pigalle “la nuit” es asesinado en el Bois de Boulogne (otro parámetro bastante frecuente) y todos los indicios parecen apuntar a un asunto sentimental, por lo que la investigación del inspector Vallois (Gabin) se centra en su amante alemana Lucky Fridel (Nadja Tiller). Pronto se verá que la relación digamos profesional va dejando paso a otra más profunda y sentimental que amenaza con quebrar los principios de Vallois como representante de la ley y el orden. Una trifulca en una fiesta acaba en una cura de primeros auxilios por una farmacéutica (Danielle Darrieux) amiga de Lucky. Esto y las declaraciones del padre de la alemana, darán nueva luz al caso.


Con 50 años, Gabin, no estaba muy por la labor de papeles de galán. Sin embargo no pareció disgustarle esta mezcla prohibitiva de “flic” y amante. “Eres un buen amante pero un sucio policía” llega a decirle ella. Claro que Nadja Tiller era una mujer de armas tomar y en esta película está francamente atractiva y seductora. Sin embargo, aunque estamos frente a dos buenas interpretaciones (en especial Gabin) y a una trama de interés, hay otro plato fuerte en el film, cual es la presencia de una gran artista de color, toda una institución en el mundo de la música de jazz, cual fue Hazzel Scott, quien, recaló en este film merced a las artes inquisitoriales del ínclito McCarthy. Hazzel, quien fue la primera mujer negra en tener su propio show en la TV norteamericana, está impresionante, en sus canciones e incluso podría destacarse su trabajo como actriz. Ni decir tiene que la banda sonora del film es espléndida y contribuye a elevar la nota de una película ya de por si interesante. Los diálogos de Michel Audiard son excelentes y deberé recordar su nombre en el futuro. Por descontado la dirección de Gilles Grangier, para quien Gabin ya había trabajado en otras ocasiones, pone el punto de calidad definitivo a una película muy recomendable.

Puntuación: 7,85

sábado, 9 de febrero de 2013

LOS CAMARADAS (MARIO MONICELLI - 1963)



En Los camaradas, Monicelli aúna a su maestría para la comedia una dosis generosa de conciencia social abordando, entre sonrisas, pero sin que le tiemble el pulso, los inicios del movimiento obrero y su lucha por reducir el abusivo número de catorce horas diarias laborales.

Con un Marcello Mastroianni magistral y una Annie Girardot que gana enteros en cada nueva película que tengo oportunidad de ver (recientemente visioné Trois chambres a Manhattan, de Marcel Carné) el film se centra en la incipiente lucha por la mejora de las condiciones de trabajo en la industria textil en el Turín de finales del siglo XIX. Y lo hace sin perder ese sentido del humor tan propio y connatural del cineasta italiano, aunque debo reconocer que la comedia se supedita a la intensidad de los dramas singulares que se entrelazan unos con otros entre la muchedumbre desorganizada de huelguistas a quienes trata de poner orden, el profesor Sinigaglia, un entrañable personaje que encuentra sentido a su existencia en su ayuda a los explotados obreros.

El film es un retablo absolutamente realista de las durísimas condiciones de vida y trabajo de una comunidad que lucha por una supervivencia casi imposible entre accidentes laborales que acechan en las sombras de la agotadora jornada laboral. Una distracción fruto del agotamiento equivale a la pérdida de una mano y con ella se acaba yendo la propia vida en una sociedad carente de mutualidades y socorros para la clase obrera.

Hay escenas y momentos sublimes realzados sin duda por una fotografía espléndida que invita a darle al pause de nuestro reproductor para recoger en blanco y negro una instantánea de vida: El siciliano que rompe la huelga y reclama la puesta en marcha de todas la maquinaria de la fábrica para él solo, los obreros cansados acudiendo a la escuela nocturna, las colectas solidarias, e incluso una preciosa declaración de amor en pleno funeral del padre de ella, un obrero atropellado por un tren en un enfrentamiento con los esquiroles traidos por la empresa. Y especialmente destacable la escena cumbre de un final que no voy a desvelar. Momentos que nos solidarizan con aquellos pioneros de los derechos sociolaborales y con las duras circunstancias de su realidad cotidiana. Eso si, siempre con una sonrisa Monicelli en nuestros labios.

Puntuación: 8,15