Visconti pone las ideas. Esas madres vociferando “Bellísima” en pleno casting de niñas prodigio tipo Shirley Temple. Pero Ana Magnani pone el cuerpo, el temperamento, la casta y el carácter. Y no necesita a nadie. Ella se basta y sobra para llenar la pantalla ¿Quién es Walter Chiari? ¿El marido? ¿El amigo que no amante? No lo se. Ni me importa. Pero Ana…¡Ay Ana! Esta si es una Ana, con los siete, con los setenta y siete y con los que ella quiera. Es nuestra Ana de los mil dias…. ¡Forza Italia!.
¿Neorrealismo? Quizás si. Descafeinado y un tanto tardío. Pero válido como exponente de una Italia de sueños y supervivencias que en cierta medida recuerda a la España de aquellos mismos años con sus barrios obreros y sus historias de escalera que aquí retrató Buero Vallejo. Con sus imprescindibles porteras y sus insustituibles comadreos. Y por encima de todo, un realismo que intenta dejar de serlo no ya en la persona de la madre sino en la de la hija. De ella es el futuro. ¿Porqué no llenar de esperanza ese futuro?
Y tal vez como la vida misma, la película es una mezcla de comedia y drama donde la sonrisa la pone la ingenuidad de un amor materno capaz de ser entregado sin límites y las heridas se abren en una sala de proyección desde la que se escuchan los más duros comentarios sobre el ser al que más se quiere. Esa mezcla de realidades, unas y otras, nos conmueve, se apodera de nosotros y suavemente nos mata con su canción…
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