viernes, 24 de mayo de 2013

DJANGO (SERGIO CORBUCCI - 1966)


 




                                       
 Siento una especial atracción por aquellos spaguettis con salsa Leone  que reinventaron el western. No estoy minusvalorando  los westerns americanos tradicionales  ni muchísimo menos. Los Ford, Mann, Hawks, Tourneur y tantos otros nos legaron películas del Oeste  para las que faltan sombreros que quitarse. Pero el western europeo insufló al género un aire distinto, un compás pausado a veces hasta la exasperación y una forma nueva de entender el tiempo y la vida, como apurándola, a la japonesa, en la línea de los samuráis de Kurosawa, o a la europea, con el poso de la historia de este viejo continente.


Las grandes y espectaculares bandas sonoras dejaron paso a músicas mucho más intimistas que buscaban y conseguían la complicidad con los espectadores, al tiempo que con sus ritmos cuajados de silencios elevaban la tensión de interminables momentos. Morriconne  es el director estrella y su música  es la principal seña de identidad de este género (no concibo calificarlo como sub-género).


Almería fue un entorno provilegiado. El desierto de Tabernas el enclave  idóneo. Sus blancos cortijos auténticos asentamientos mejicanos. Tanta idoneidad y el éxito de los primeros trabajos llevó a una profusión de westerns hispanos, en soledad o en coproducción, donde las penas fueron mayores que las glorias. Los spaguettis de tanto estirar se nos volvieron churros y aunque aquel fenómeno diese su trabajo y cierto auge a una zona deprimida, la calidad de los productos solía estar bajo mínimos.


Pero es cierto que hubo vida más allá de Sergio Leone. Otro Sergio, en este caso Corbucci, se atrevió con Django, un superhéroe línea comic de dedos ágiles y gatillo al tres en uno, capaz de no dejar títere con cabeza en menos que se liquidan a cuarenta matones. Un héroe enigmático con sonrisa giocondiana entre la superioridad, el desdén y la autoconfianza del invencible por exigencias del guión. 


Con una música sobresaliente y reconocible de Luis Enrique Bacalov  y un ataúd a rastras  sobre los terrenos más sucios y embarrados que se hayan visto en la desértica frontera mejicana, el inicio de este film B con rasgos puramente góticos es francamente espectacular. La flagelación de una hermosa mujer y la intervención de Django (Franco Nero), la llegada a un pueblo prácticamente muerto entre ciénagas y lodo donde solo sobrevive un burdel de prostitutas de tercera calidad en riesgo de quedarse sin clientes, regentado por un violinista bajo el tejado con pocas posibilidades de hacerse rico dada la extorsión a la que está sometido por los mafiosos, a lo kukluxklán, del lugar, nos dejan un inicio esperanzador, anticipo de una película interesante, alta de violencia y con un final espectacular, en la línea superhéroe máximus, aunque  con un desarrollo irregular y algunas situaciones no demasiado creíbles por falta de pulimiento (el nº de latigazos a la hermosa María, Loredana Nusciak parece no haber dejado en ella ninguna huella ni signo exterior alguno de dolor ¿o habrá encontrado el milagroso bálsamo de Fierabras?.


El hecho de que Tarantino se ha fijado en este film para películas propias, puede incrementar el interés por este Django primigenio. Sin embargo pienso que sus mimbres son válidos por si solos, sin necesidad de que nada ni nadie, ni siquiera Mr. Quentin venga a echar un cable. Ahora, tampoco esperen milagros. Y por descontado la sombra de Leone es alargadísima  y la de Eastwood más.

El pabellón hispano queda en buen lugar con las meritorias actuaciones de José Bódalo y Eduardo Fajardo


Puntuación: 7,00