viernes, 18 de julio de 2014

LA TÊTE DE UN HOMME (JULIEN DUVIVIER - 1933)


Aunque el título haga referencia tan solo a una parte del cuerpo humano y en el film, Maigret pregunte al presunto culpable si sabe lo que le va a ocurrir si miente, contestando por sí mismo: “La guillotina, muchacho”, la cabeza no es, en purismo, el centro de la película, sino la propia vida de un infeliz culpable de allanamiento de morada y de intento de robo pero no de asesinato. Y lo que les digo no es “spoiler” porque el pescado se vende enterito desde el principio del film y la única cuestión que subyace es la de cómo y en qué momento nuestro querido comisario Maigret conseguirá probar la culpabilidad del verdadero asesino.

Como los seguidores de Simenon sabemos, las novelas de Maigret se caracterizan no tanto por el misterio como por la sicología de sus personajes, y en ese sentido el famoso comisario es un maestro en la creación de climas opresores que como si de una lluvia fina se tratara van menoscabando las voluntades y agrietando las rocas mas duras. En este caso la variable sicológica viene elevada al cuadrado e incluso al cubo si consideramos la amargura existencial del asesino en rebeldía contra un mundo cuyos pilares son el glamour y el bon vivre. Vamos, “la vie en rose” que diría Piaf. Y si a ello le sumamos las cortas luces del primer sospechoso, entramos en un terreno donde las pruebas se encuentran antes en la mente que en los hechos. 
 
Debo decir que, aunque mi Maigret por excelencia es el gran actor Jean Gabin, la interpretación que aquí realiza Harry Baur es espléndida. Nos hace ver al personaje como una figura paternal, comprensiva, incluso amigable, pero inflexible. Hace que los silencios no sean tales sino que hablen con claridad meridiana y consigue que nos compenetremos tanto con él que sus acciones nos resultan previsibles y encajando perfectamente en la imagen que nos hemos forjado de él.

Repito lo que he dicho en otras ocasiones, las obras de Simenon con Maigret como protagonista no consigo incardinarlas en el género polar. Son policiales sicológicos. Y en este sentido las novelas precisan de una adaptación cinematográfica difícil. A tanto llega la cosa que el propio Simenon estuvo en rebeldía con las productoras por las “mutilaciones” y cambios que sufrían sus historia e incluso intentó producir películas sobre sus novelas contando con directores como Jean Renoir, donde se respetase su integridad. El intento independentista fracasó y se cerró en banda durante muchos años a la posibilidad de nuevas versiones de sus obras a pesar de la interesante rentabilidad que le suponía el cine.

Estamos ante un buen film de Julien Duvivier que como los buenos vinos precisa de un segundo sorbo más prolongado para degustarlo en su verdadera dimensión artística.

Puntuación: 7,75 

 

domingo, 13 de julio de 2014

LADY HAMILTON (ALEXANDER KORDA - 1941)


Con propiedad, podemos hablar de cine histórico. El amor de Lady Hamilton (Vivien Leigh), esposa del embajador de Inglaterra en Nápoles, William Hamilton y el héroe de la marina británica Lord Horatio Nelson (Laurence Olivier), fue una historia real y como prueba de fidelidad el guión escrito por R.C.Sherriff se nutrió de fuentes documentales tales como cartas y memorias.


Esto es ciertamente un valor pues en ocasiones, tras ver un film pseudohistórico, acabamos con los conceptos trastocados, y ello aunque estemos ante una cinematográfica obra maestra. Así, por ejemplo, la Reina Cristina de Suecia nunca abdicó por amor, y en cambio la película de Mamoulian y la actuación de la Divina son dos genialidades. Una vez más cine es cine y así debemos considerarlo.



En cine histórico, tengo a Alexander Korda por una autoridad. La vida privada de Enrique VIII y Rembrand, ambas con el gran Laughton, son dos clarísimos ejemplos de buen cine en general e histórico en particular. En Lady Hamilton, el reparto sigue siendo uno de los puntos fuertes,y la pareja Laurence Olivier y Vivien Leigh, recientemente casados, nos ofrecen dos interpretaciones francamente buenas, acompañados de Sara Allgood (como madre de Emma Hamilton), Allan Mowbray (William Hamilton) y Gladys Cooper (Frances Nelson) que confieren con sus actuaciones una calidad superior a la media (por lo que hace a los actores de reparto) en este tipo de producciones.



Aunque los Oscars, en ocasiones, no son un índice fiel de la calidad de un film, las cuatro nominaciones (Mejor fotografía en blanco y negro, mejor dirección artística en blanco y negro, mejores efectos especiales y mejor sonido, ganadora en ésta última categoría) algo nos dicen sobre un trabajo que merece la pena verse y que no defrauda.



Claro que, si nos situasemos en el entorno en que se realizó y estrenó la película seríamos testigos de las críticas que recibió: Por una parte por el hecho de que Korda abandonase Inglaterra en una situación bélica para dirigirse a los EEUU, por otra el carácter propagandístico de un film que presentando la figura de Napoleón Bonaparte como la de un dictador deseoso de dominar la totalidad del mundo y con el que cualquier tratado de paz sería imposible, se estaba retratando la figura de Hitler. Esto le costó un proceso político al mismo Korda por propaganda británica, un proceso que aplaudieron los partidarios de la neutralidad americana y los pro-germánicos. El ataque a Pearl Harbour, precipitó los acontecimientos y permitió la libertad de Alexander Korda.



Algún sector de la crítica habló de una mala historia aunque una buena propaganda británica. No estoy del todo de acuerdo, la historia no puede considerarse mala. Es una historia real y es posible que la verdad no sea tan comercial sinó se la adereza de un chorrito de ficción que alegre a los espectadores. La compasión se pierde en los palacios de marmol. La frase no es mía pero me la apropio porque una historia de amor entre joyas artísticas, salones inmensos y balconadas sobre el Mediterráneo acariciado por la luna napolitana nunca es tan terrible, quizás por aquello que decimos aquí, a nuestra manera, las penas con pan son menos.



Es posible también que, con la imagen que se proyecta de los respectivos cónyuges, uno desinteresado por su mujer a la que trata como un adorno más de su palacio y otra que no parece cuidar demasiado su imagen para atraer a su esposo, se nos manipule a favor de aprobar el adulterio entre dos seres. Eso si, el adulterio pareció no incomodar a las autoridades censoras mientras no hubiese escenas de cama. Hubo tan solo una y muy casta. Ella dandole sopitas a un Nelson rendido tras la campaña de Egipto.



Entiendo que debe verse y apreciarse en todo su valor, que lo tiene.



Puntuación: 7,85