Al ver a Fred Astaire caminando ágilmente, paraguas en mano, uno espera cuando menos una cancioncilla acompañada de unos cuantos y cautelosos pasos de baile que los años son los que son y las oscuras golondrinas volverán a colgar nidos del balcón pero no a traernos la juventud divino tesoro. El propio Fred propuso algún numerito tipo Funny Face pero el argumento se pretendía menos desenfadado y la cosa no cuajó. Personalmente creo que la cosa quedó bastante bien sin añadidos musicales y que el trabajo de Astaire tiene esas notas de calidad que se le suponía cuando bailaba y que se constata cuando no lo hace.
Ciertamente
la historia promete: Un miembro del cuerpo diplomático
norteamericano (Jack Lemmon) después de un periplo por los países
árabes acaba recalando en London y claro está lo primero que hace
es buscar alojamiento, bueno, bonito y a poder ser barato. Lo
consigue, con el premio añadido de una patrona de toma plumcake y
moja, ante la que inevitablemente cae tan rendido que al poco ya
tienen organizada cena íntima para two.
Al
parecer la arrendataria, Carlyle (Kim Novak), es un personaje
altamente popular en la City y contínuamente vigilada por la policía
quien sospecha de ella como asesina de su marido, presuntamente
desaparecido, sospecha compartida por la totalidad del vecindario,
hasta el punto que nuestro funcionario de exteriores es informado por
algún boy de la zona : “Mi padre dice que usted será el
siguiente”. Así las cosas, el enamoradizo inquilino, se encuentra
en medio de una trama policial que pretende aclarar la situación y
averiguar la verdad sobre la inocencia o no de Carlyle. Y hasta ahí
puedo leer.
Si
desvelan el resto verán que Richard Quine construye una película de
suspense un tanto al estilo del Hitchcock de Con la muerte en los
talones, donde nosotros, sufridos espectadores, andamos bastante
desconcertados con lo que en realidad ha sucedido y lo que sigue
sucediendo. Una serie de hechos, pistas falsas y personajes que no se
sabe muy bien de donde han salido contribuyen a esta desubicación
nuestra. Y de la misma manera que sucede con la obra insigne del gran
Alfredo, una vez los hechos empiezan a clarificarse la película baja
significativamente de intensidad y es entonces donde los actores
(Cary Grant en un caso y Jack Lemmon en el otro) toman las riendas y
consiguen que la obra, en su conjunto, acabe siendo un excelente
trabajo cinematográfico.
Les
confieso que Kim Novak me parece tan bella como sosa (impresión que
hago extensiva a su trabajo en Vértigo). Rogaría a los amigos me
recomienden algún trabajo suyo donde ponga algo de vidilla al
personaje. En este, esta difuminada y como perdida en la niebla
londinense. El film se soporta casi íntegramente en el buen hacer y
la innata comicidad de Lemmon, quien cambió el tono general del film
y relajó un tanto esa gravedad del misterio con asesinato incluido.
En ese sentido, a partir de la escena del juicio, donde el peso de la
acción recae sobre Kim Novak, la película sufre su primer bajón,
del que no se recuperará hasta las escenas finales con Buster... digo Lemmon
persiguiendo una silla de ruedas con inquilino, presta a despeñarse
por los acantilados al son de los acordes de una marcha musical en un
balneario de ancianitos. ¿Será que en el guión estaba Blake
Edwards?
No
se precipiten en sus conclusiones. Con la muerte en los talones es
una obra maestra y esta es una buena película. Entretenida y capaz
de hacernos pasar un buen rato. Por ello se la recomiendo.
Puntuación:
7,85