Es complicado encontrar películas que no se recojan en Filmaffinity. En casos como este que nos ocupa, llamado “La última tentativa” de Robert Mulligan, la exclusiva es para Con el cine en los talones.
¡Casi ná! ¡Ahí queda eso! Hasta parezco importante con eso de las exclusivas. Vamos que suena el teléfono y deben ser los del tomate ó los del Hola, que ya empiezo a ir para carroza, pero no real, no, sino que parezco más bien una cuádriga de circo romano, por lo de “Ben-Hur”, ya me entienden, espero...
Y es que mis irreflexivas reflexiones sobre esta película me llevan por los más variados derroteros. Así por ejemplo, se me ocurre pensar y preguntarme ¿qué hacen los americanos poniendo en cuestión el incuestionable estilo de vida americano? Es sorprendente, no me negaran, ese reconocimiento de que allí también se traumatiza a los niños “born in USA”, y que Mulligan haga acto de contrición y nos cuente una historia muy distinta a las del genuino sabor americano, las del “american beauty”, “american pie” ó a las del “sueño americano”. Aquí no hay sueños, hay realidades y con las realidades hay sordidez, hay inseguridad y con la inseguridad hay violencia.
Leí algún artículo sobre Mulligan y la arquitectura en sus películas. Tal vez demasiado elevado para este que lo es...Pero lo que me resulta asequible, es la similitud y las reminiscencias del caserón con el de Psicosis. Y no solo del caserón sino también de lo que sucede en los interiores, distinto en la forma, pero igual en el fondo, conflictos graves de personalidad nada fortuitos ni casuales sino arrastrados desde la cuna, cuna que meció una mano que además de mecerla hacía otros menesteres más deplorables.
Es por ello que les decía que me resultaba extraña esta mirada de Mulligan, porque parece una mirada inglesa, a lo Hitchcock, ó si lo prefieren más propia del cine europeo que del cine USA. Pero, superada mi extrañeza, aquí dejo constancia de mi reconocimiento a esta tentativa, no la última de Mulligan, por hacer un cine un poco más de realidades y un poco menos de sueños.
No es la mejor interpretación de Steve McQuinn y es una buenísima interpretación de Lee Remick. Además, me gusta más la sonoridad y los ocultos sentidos del título en idioma original “Baby, the rain must fall”. Vamos, que la película tiene sus defectillos, pero en conjunto merece buena nota. Y se la doy.
¡Casi ná! ¡Ahí queda eso! Hasta parezco importante con eso de las exclusivas. Vamos que suena el teléfono y deben ser los del tomate ó los del Hola, que ya empiezo a ir para carroza, pero no real, no, sino que parezco más bien una cuádriga de circo romano, por lo de “Ben-Hur”, ya me entienden, espero...
Y es que mis irreflexivas reflexiones sobre esta película me llevan por los más variados derroteros. Así por ejemplo, se me ocurre pensar y preguntarme ¿qué hacen los americanos poniendo en cuestión el incuestionable estilo de vida americano? Es sorprendente, no me negaran, ese reconocimiento de que allí también se traumatiza a los niños “born in USA”, y que Mulligan haga acto de contrición y nos cuente una historia muy distinta a las del genuino sabor americano, las del “american beauty”, “american pie” ó a las del “sueño americano”. Aquí no hay sueños, hay realidades y con las realidades hay sordidez, hay inseguridad y con la inseguridad hay violencia.
Leí algún artículo sobre Mulligan y la arquitectura en sus películas. Tal vez demasiado elevado para este que lo es...Pero lo que me resulta asequible, es la similitud y las reminiscencias del caserón con el de Psicosis. Y no solo del caserón sino también de lo que sucede en los interiores, distinto en la forma, pero igual en el fondo, conflictos graves de personalidad nada fortuitos ni casuales sino arrastrados desde la cuna, cuna que meció una mano que además de mecerla hacía otros menesteres más deplorables.
Es por ello que les decía que me resultaba extraña esta mirada de Mulligan, porque parece una mirada inglesa, a lo Hitchcock, ó si lo prefieren más propia del cine europeo que del cine USA. Pero, superada mi extrañeza, aquí dejo constancia de mi reconocimiento a esta tentativa, no la última de Mulligan, por hacer un cine un poco más de realidades y un poco menos de sueños.
No es la mejor interpretación de Steve McQuinn y es una buenísima interpretación de Lee Remick. Además, me gusta más la sonoridad y los ocultos sentidos del título en idioma original “Baby, the rain must fall”. Vamos, que la película tiene sus defectillos, pero en conjunto merece buena nota. Y se la doy.
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