martes, 21 de abril de 2009

VIVIR (AKIRA KUROSAWA - 1952)


Ikiru no tiene desperdicio. La vida tampoco, pero se desperdicia. A menudo. Casi siempre. Kurosawa no quiere enseñarnos a vivir, tan solo ayudarnos a repasar la lección de la vida: La vida es breve. La vida es bella. La vida es dura. Y nosotros deberíamos ser ese coro infantil que va cantando la lección, diez veces ciento, cien mil, diez veces mil, un millón. Habrá quien diga que no necesita ningún Kurosawa instalado en su conciencia. Bueno, es una opción y respetable, pero yo soy de los que piensan que no está mal que nos refresquen las ideas de vez en cuando. Como cuando pulsamos F5. Porque aprender cuesta mucho y olvidar es extremadamente fácil.


Gracias Kurosawa. Por entrometerte en nuestras mediocridades y ofrecernos en primerísimo plano una maravillosa reflexión sobre el sentido de lo único que tenemos, la vida. Por mostrarnos en toda su crudeza todas esas rutinas de las que nos rodeamos y que nos dejan solos y desamparados cuando necesitamos de algo a lo que aferrarnos. Por recordarnos el valor y la fugacidad de una puesta de sol o de un columpio que nos mece sobre la nieve. Por "ponerlo freno" al "vuelva usted mañana". Por enseñarnos que las noticias más interesantes no están en los periódicos sino en las gargantas, de donde no las dejamos salir. Por dibujar con trazo crudo la condición humana, la mezquindad, la sumisión y hasta el aburrimiento. Por haber creado una obra magistral.


¿La película? ¿Alguien se ha creído que esto es una película?

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