viernes, 4 de diciembre de 2009

LA BELLA Y LA BESTIA (JEAN COCTEAU - 1946)



Edgar Morin, pensador francés, en su ensayo "El cine o el hombre imaginario" (1956) pone de manifiesto los paralelismos entre el cine y los sueños. El cine es ilusión de quien lo crea y de quien lo observa. Me quedo con esta frase especialmente tras haber visto La Bella y la Bestia de Cocteau, donde el sueño se hace arte. El séptimo. Y es que la película sobrepasa los límites de nuestros aparatos de TV o aquellas pantallas grandes donde los espectadores más afortunados pudieron ver el film. Y los sobrepasa para apoltronarse cómodamente en su hábitat natural: en esa parte desconocida de nuestro cerebro donde se gestan los sueños, porque Cocteau crea mis sueños. Si, leyeron bien, "mis sueños". Tal vez en eso consista el surrealismo.

En una época donde el cine lleva la consistencia de lo real a extremos donde el espectador acaba húmedo de sangres, sordo de estampidos y hasta cansado de tantas carreras sin sentido, con todas las excepciones que ustedes quieran, que serán aceptadas por mi, La belle y la bête de Jean Cocteau nos remite no solo a un cuento de hadas tradicional - eso también lo hace Disney - sino a nuestros propios sueños, a nuestras íntimas (y confesables) fantasías. O dicho de otra forma. Cuando sueño esta historia la sueño de la misma manera que Cocteau. Y las manos que agarran los candelabros, son las mismas. La que sirve el vino también. El susto del padre, nuestra pesadilla. El ballet de Belle entre cortinas al viento, nuestra sonrisa de relax en la profundidad del sueño. ¿Cocteau oficiando de Freud? Es una forma de verlo.

El análisis de este film ya ha hecho correr ríos de tinta. Añadir algo original es imposible. Sin embargo me gustaría exponer aquí una idea que se me ha quedado después de leer a los que de verdad saben de esto. Y es que, a diferencia del sentido original del cuento, donde se plantea el dualismo belleza interior-belleza física, aquí se añada un tercer elemento, otro dualismo, el de belleza recompensa versus fealdad castigo. La flecha certera de Diana pone las cosas en su sitio, de forma que el bello pero malvado Avenant "otorga" su rostro a una Bête cuya hermosura interior ya había enamorado a Belle.

Muchas lecturas que seguro que encuentran. Hay quien argumenta simbología masónica. Puede ser. Yo por mi parte me quedo con ese universo onírico de bosques, de nieblas, de caminos que se abren y se cierran, de caballos blancos, de llaves mágicas, de rosas, de agua en el cuenco de las manos...

Obra maestra. ¡Que grande es el cine!



1 comentario:

ANRO dijo...

Sí, amigo, tan grande que aun puede llegarnos este sueño de peli.
Hay una obra de Jean Cocteau por la que siento verdadera curiosidad, pero que creo es tarea poco menos que imposible. Se trata de una versión del Coriolano de Shakespeare que rodó por los cincuenta. No logro encontrar referencia de ella en parte alguna ¿tienes alguna pista que pueda valerme?
Un abrazote.