jueves, 28 de enero de 2010

LA EMPERATRIZ YANG KWEI-FEI (KENJI MIZOGUCHI - 1955)




El primero de mis propósitos cinematográficos para este año 2010, o la primera uva, correspondiente a Enero, fue La emperatriz Yang Kwei Fei, pues bien, como lo prometido dicen que es deuda y de deudas ya tengo bastantes (ni más ni menos que todos los españoles) pues aquí les dejo mi parecer. Les anticipo: La calidad del video deja que desear, pero ante la magnitud y la sensibilidad de esta maravilla estamos dispuestos a perdonarlo todo...

Mizoguchi es uno de los directores consagrados del cine asiático. Quizás su nombre suene menos que el de Kurosawa y su forma de entender el cine sea sustancialmente diferente de la de Akira, pero conocer su filmografía siquiera parcialmente se hace imprescindible para quienes tratan de aproximarse a un cine donde cada fotograma se desprende de su envoltorio de celuloide para convertirse, detalle a detalle, en lágrima o en sonrisa, en definitiva en sentimiento vivo y enriquecedor.

Y es necesariamente cierto que quienes son capaces de concebir y realizar películas con tanto calado interior no pueden ser extraños a tales capacidades afectivas. La infancia y la juventud de Kenji Mizoguchi fueron un tratado de enseñanzas personales que el director convierte en experiencias a transmitir y lo hace. Y así la mujer adquiere un papel predominante en su cine. El papel que no pudo asumir una hermana a la que un padre despótico vendió como geisha. Hechos, circunstancias, que calan hondo, que marcan. Forja de hombres, que a poco que tengamos un atisbo de receptividad encontramos en su cine.

Desgranar los instantes mágicos de La emperatriz Yang Kwei-fei superaría el espacio que, prudentemente, debo dedicar a este comentario. Cada plano, cada secuencia, es un capítulo de una lección que cualquiera puede aprender. Se dice del film que es un cuento. El de la Cenicienta versión chino-japonesa. Bien. Así es. Pero, como todos los cuentos, detrás de una aparente sencillez se esconden las verdades más profundas. Y en este caso, como en el retablo de Maese Pedro, las aleluyas nos hablan del poder y sus limitaciones, de la obligación de gobernar frente a la devoción de los sentimientos, del emperador prisionero en su palacio, de la corte chino-faraónica y sus corruptelas sin operación Malaya, y sobre todo del amor. Del amor sencillo, del que se nutre de vivencias sencillas en el presente y magnificadas en el futuro. El amor representado en la música, en el baile o en un te de madrugada.

Amor y sensibilidad. El amor representado por una estatua. La sensibilidad por un pañuelo…






2 comentarios:

El Despotricador Cinéfilo dijo...

Maravillosa película. Acabo de terminar de verla y me ha animado a seguir viendo en el futuro más películas de Mizoguchi. Eso sí, el final me recordó muchísimo al final de "El fantasma y la señora Muir" con casi los mismos diálogos y una bellísima música de fondo.

FATHER_CAPRIO dijo...

La verdad que es tanto el cine que pretendemos ver, que no llegamos... Pero Mizoguchi me parece que debemos (y hablo tambien por mi) ponerlo en primer plano.
Me alegro que te gustase. El fantasma y la señora Muir es otro de los deberes sin hacer...

Saludos