De
tanto en tanto uno necesita reconciliarse con el cine. Nuestra
relación con el arte de la pantalla grande se forja a base de
encuentros y desencuentros, de maravillosas sorpresas y de
expectativas rotas. ¡Cuántas veces nos hemos sentido defraudados
después de más o menos dos horas removiéndonos en el asiento y
mirando el reloj¡ ¡Cuántas otras el tiempo ha parecido evaporarse
y nosotros con él, absortos en una trama, hechizados por una
fotografía, elevados por una música o subyugados por intérpretes
maravillosos!
En
este ying y yang del cine hoy toca hablar de una obra maestra.
¡Magistral, en la medida que no está catalogada (craso error) como
una de esas que hay que ver imprescindiblemente antes del “to
died”. Una película que está entre las sombras como sugiere su
nombre: “Al anochecer”. Un film de Claude Chabrol que, si no lo
estuviese ya bastante tras El carnicero, me acaba de ganar para su
causa y donde marca además una distancia considerable con un
Hitchcock con el que se le comparó en ocasiones.
Porque
en “Al anochecer” no hay suspense. El “pescao” quedó vendido
desde una inolvidable primera escena donde la libido, la sensualidad
y el sexo se entremezclan con el silencio, despertando la voz de una
conciencia que a lo largo de la película gritará cada vez más
fuerte. Y no puede haber suspense porque en cualquier momento los
espectadores somos capaces de vaticinar lo que va a ocurrir con un
grado de acierto del cien por cien. Nuestro pleno al quince no es
fruto de nuestras propias experiencias, ni de encontrarnos ante
situaciones comunes en la vida ordinaria de las personas. No. Gracias
sean dadas a Dios por ello, el asesinato no supera al paro, la crisis
y la corrupción política en nuestras preocupaciones, así que no
podemos presumir de expertos y profesionales. Pero Chabrol nos coge
de la mano y no nos suelta durante toda la proyección y con una
sutileza digna de elogio nos hace empatizar con Charles Masson
(Michel Bouquet) el amante asesino confeso ante nuestros ojos pero
inconfeso para la sociedad. Y empatizamos tanto que somos capaces de
anticipar todos sus movimientos probablemente porque nos hemos metido
tanto en el rol que los nuestros serían idénticos.
En
“Le Boucher” (El carnicero) Chabrol nos transmitía la
cotidianeidad del asesinato. Aquí refuerza la idea añadíendo una
vuelta de tuerca: La integración del asesinato en el entorno de la
familia y de los amigos. La posibilidad de continuar con una apacible
vida burguesa después de haber oxigenado la conciencia compartiendo
el delito con las personas más allegadas. Sin embargo, en la línea
de “Crimen y castigo” de Dostoievsky, el oxigeno resulta
insuficiente, las noches se pueblan de fantasmas y de recuerdos. La
culpa pide expiación, el alma, o lo que sea, serenidad. Y así
llegamos a un final que, reconozco, es lo único que no he sido capaz
de predecir.
Dos
actuaciones geniales y contundentes. Los dos amigos Charles y
François (François Perier), especialmente el primero, quien nos
regala un muestrario de sentimientos, de fuerzas contenidas que
luchan para sobrevivir en el interior pero que acaban claudicando
como no puede ser de otro modo. En cada gesto de Charles se percibe
la gran debilidad de un ser humano en un trance así, su debilidad,
su vergüenza, su miedo, su necesidad de ser juzgado…
Y
hablando de juzgar, mi juicio por todo lo expuesto lo valoro con un:
Puntuación:
10.00
(siendo
indiferente si es o no la mejor película de su director)
2 comentarios:
Buenas, Father. Estupenda reseña para una estupenda película, una de las mejores de Chabrol, por quien siempre he sentido debilidad a pesar de algunos churros. Saludos.
Welles, siempre bienvenido.
La verdad es que viendo esta película uno se convierte a la religión chabroliana, aunque tenga que expiar churros como La ruta de Corinto.
Un fuerte abrazo
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