El
conde Alessandro di Cagliostro es, probablemente, uno de los personajes
históricos más desconocidos de la Historia. Discúlpenme si estoy
generalizando odiosamente mi propia y supina ignorancia pero aunque su
nombre resultara digamos "familiar", su vida y milagros estaban para mi
en la noche oscura de los tiempos, de donde lo ha rescatado esta
película del director austríaco Richard Oswald. Rescate parcial, pues si
bien tenía una duración superior a las dos horas, lo conservado apenas
alcanza una, lo cual es claramente insuficiente para aproximarnos a una
figura de ajetreada existencia y múltiples ocupaciones. Aventurero,
mago, vidente, alquimista, ladrón, falsificador, sanador o conspirador
son alguna de las que se le reconocen. También la Cábala y la
Francmasonería figuraban entre sus aficiones. Como vemos un personaje
capaz de dar mucho jugo cinematográfico aunque las películas sobre él
han sido pocas y no muy conocidas. Un par de trabajos italianos y sobre
todo una producción americana de 1949 de Gregory Ratoff y Orson Welles
están entre lo más destacado que he encontrado y anotado en mi lista de
deberes cinéfilos
De momento me conformo con este trabajo de Richard Oswald que, cierto que mutiladísimo, consigue mantener una coherencia argumental notable. La película se inicia con un Cagliostro en acción, efectuando sanaciones milagrosas y experimentos alquímicos que convierten el plomo en oro. Aclamado por sus seguidores no tarda mucho tiempo en ser requerido por la corte francesa a donde acude acompañado por su esposa Lorenza. Desdeñado por Luis XVI y María Antonieta, no tardará en urdir su venganza con la ayuda de Jeanne de la Motte, una de las doncellas de la reina. No me extiendo más por no desvelar aspectos relevantes de una historia en la que, aquel collar de la reina del que escribiese Alejandro Dumas, ocupa un lugar relevante (igual de relevante que en Black Magic, la película de Ratoff y Welles).
La reducción del film en un cincuenta por ciento no dificulta excesivamente, en esta ocasión, la comprensión de la historia, sin embargo estoy seguro que se nos hurtan algunas secuencias fotográficas de interés. Las imágenes de las estancias reales, supuestamente un Versalles recreado en estudio, y de toda esa corte palaciega, hipócrita y corrupta, al acecho de las prebendas locales, acreditan muy positivamente a Jules Kruger, excelente director de fotografía que había trabajado con L'Herbier, Gancé, Duvivier y otros. Su enfoque expresionista de las mazmorras italianas en las que Cagliostro es encerrado por la Inquisición, refuerza la sensación de maligna impenetrabilidad de sus muros. También el deslizar de su cámara por el torso de Illa Meery (Jeanne de la Motte) únicamente vestido con el valioso collar diamantino es un regalo inesperado para espectadores acostumbrados a la cizalla de la censura y al mismo tiempo todo un mensaje simbólico donde el poder y la desnuda seducción femenina caminan de la mano.
Cagliostro ¿Farsa o realidad? La lógica de la razón pura apunta claramente a lo primero. La credulidad no está entre mis compañeros de camino, pero siempre suelo dejar en mi equipaje personal una ventana abierta por si acaso alguna realidad "imposible" viene a presentarme sus respetos. Sin embargo ahora solo se trata de valorar un film ilustrativo de unos hechos y personajes históricos y en este sentido podemos hablar de una película (o semi-película si lo prefieren) entretenida, biográficamente aceptable y realizada por uno de los directores más interesantes del silente europeo.
Puntuación: 7,15
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