Estoy empezando a creer que una de mis tantas aficiones frustradas sea la arqueología. Eso de encontrar “tesoros” ocultos y maravillas nunca antes contempladas por el ojo humano pues tiene su enganche y su poder de seducción. Transitar sobre caminos ocultos por espesas selvas milenarias, machete en mano, cual Indiana Jones buscando arcas perdidas me resulta bastante tentador, excepción hecha de su carga de serpientes, ratas, escarabajos y otras guindas.
Claro que uno ya va siendo madurito para estos menesteres y les confesaré un secreto: Harrison Ford no soy, que si lo fuese no dudaría en coger el látigo, ponerme el sombrero a juego y lanzarme a nuevas búsquedas de arcas, templos ó griales, eso sí, acompañado de la prole. Por ello, sumando la madurez y la falta de identidad fordiana, pues mejor me quedo en casa como un Homer cualquiera dedicándome a las reliquias peliculeras cubiertas por la arena de los implacables tiempos.
Bien, como iba diciendo, y mientras voy madurando un post sobre Indy, que no tengo más remedio que dedicar con todo cariño a mi sobrino David, primer fan de la saga y de todo lo que se mueve bajo el cielo de Lucas Arts, pues dedico las escasas horas robadas a los sueños de las noches de verano al visionado de ese “otro” cine un tanto desconocido u olvidado.
Aprovechando la promoción de una revista cinematográfica me he reencontrado con Roger Corman, director especializado en terror y en dar forma y consistencia a aquellas pesadillas de nuestros años mozos auspiciadas por la narrativa de Edgar Allan Poe. Hago aquí un inciso para decir que la imaginación, entre sábanas y a la luz tenue de una lámpara sobre la mesita de noche, produce monstruos más terroríficos y miedos más viscerales que las técnicas cinematográficas y los efectos especiales.
Claro que uno ya va siendo madurito para estos menesteres y les confesaré un secreto: Harrison Ford no soy, que si lo fuese no dudaría en coger el látigo, ponerme el sombrero a juego y lanzarme a nuevas búsquedas de arcas, templos ó griales, eso sí, acompañado de la prole. Por ello, sumando la madurez y la falta de identidad fordiana, pues mejor me quedo en casa como un Homer cualquiera dedicándome a las reliquias peliculeras cubiertas por la arena de los implacables tiempos.
Bien, como iba diciendo, y mientras voy madurando un post sobre Indy, que no tengo más remedio que dedicar con todo cariño a mi sobrino David, primer fan de la saga y de todo lo que se mueve bajo el cielo de Lucas Arts, pues dedico las escasas horas robadas a los sueños de las noches de verano al visionado de ese “otro” cine un tanto desconocido u olvidado.
Aprovechando la promoción de una revista cinematográfica me he reencontrado con Roger Corman, director especializado en terror y en dar forma y consistencia a aquellas pesadillas de nuestros años mozos auspiciadas por la narrativa de Edgar Allan Poe. Hago aquí un inciso para decir que la imaginación, entre sábanas y a la luz tenue de una lámpara sobre la mesita de noche, produce monstruos más terroríficos y miedos más viscerales que las técnicas cinematográficas y los efectos especiales.
La película: “El terror” a priori no presagiaba nada bueno, máxime después de haber visto y haberme decepcionado absolutamente con otro film de Corman cual era La máscara de la muerte roja.
No voy a engañarles, la película no es para tirar cohetes, y de miedo, nada de nada, rien de rien, pero tiene su interés. Me explicaré:
Por un lado tenemos a un casi desconocido Jack Nicholson, comedido y sin venas histriónicas, a un Boris Karloff encontrando un hueco en su apretada agenda para trabajar con Corman, a un Francis Ford Coppola y a un Monte Hellmann (el de Carretera Asfaltada en dos direcciones, road-movie de culto, es decir, un fiasco según mi parecer) dirigiendo determinadas escenas. Tenemos al propio Nicholson dirigiendo también algunas secuencias. El guionista trabajando sobre la marcha, lo mismo que en los actuales seriales televisivos y el director de fotografía filmando a golpe de pito una película que se realizó en poco más de un fin de semana porque llovía y no podían ir a jugar al tenis. Incluso aprovecharon los decorados de la peli anterior (creo que El cuervo) y secuencias de otras como La caída de la casa Usher.
Como verán, un completo ejercicio de programación. Pero aun así ó quizás por eso mismo, la película resulta interesante e incluso entretenida con algunas buenas filmaciones sobre los acantilados. No puedo negar que ha sido todo un descubrimiento. ¡Si señor!.
No voy a engañarles, la película no es para tirar cohetes, y de miedo, nada de nada, rien de rien, pero tiene su interés. Me explicaré:
Por un lado tenemos a un casi desconocido Jack Nicholson, comedido y sin venas histriónicas, a un Boris Karloff encontrando un hueco en su apretada agenda para trabajar con Corman, a un Francis Ford Coppola y a un Monte Hellmann (el de Carretera Asfaltada en dos direcciones, road-movie de culto, es decir, un fiasco según mi parecer) dirigiendo determinadas escenas. Tenemos al propio Nicholson dirigiendo también algunas secuencias. El guionista trabajando sobre la marcha, lo mismo que en los actuales seriales televisivos y el director de fotografía filmando a golpe de pito una película que se realizó en poco más de un fin de semana porque llovía y no podían ir a jugar al tenis. Incluso aprovecharon los decorados de la peli anterior (creo que El cuervo) y secuencias de otras como La caída de la casa Usher.
Como verán, un completo ejercicio de programación. Pero aun así ó quizás por eso mismo, la película resulta interesante e incluso entretenida con algunas buenas filmaciones sobre los acantilados. No puedo negar que ha sido todo un descubrimiento. ¡Si señor!.
1 comentario:
Gracias por tus comentarios. No conocía la película y tras ver el trailer voy a intentar encontrarla.
Un saludo.
http://www.distritoweb.net
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