Podría traducirse más o
menos literalmente por El hombre que silba, personaje conductor no solo
de este film sino de una serie de 6 películas de corta duración
(alrededor de una hora) con argumentos intrincados, con suspense,
propios del “noir” y amalgamados por la presencia del “whistler”. No
estamos ante una serie al uso de los 40 porque a diferencia de la
mayoría no existe continuidad en cuanto a la trama e incluso el actor
Richard Dix que participa en cinco de ellas lo hace interpretando a
personajes de lo más diverso.
Desde
mi punto de vista las “películas – serie” tienen sus ventajas y sus
inconvenientes. En el caso de las series convencionales, los personajes
principales están definidos desde su primer capítulo. Digamos que se
sabe quién es Perry Mason o Della Street desde el primer momento. En los
capítulos siguientes podemos centrarnos en la aventura las cual, a su
vez, nos mostrará matices nuevos de los personajes. En el caso de The
Whistler esto no es así y la brevedad se consigue simplificando el
argumento con el peligro de hacerlos incomprensibles si se mete tijera
más de lo debido. Incluso, avanzando algo más allá ese “whistler” tiene
un halo fantástico y misterioso que llegamos a pensar que en la
resolución del problema ha tenido arte y parte un benefactor silbidito.
En
este episodio, Earl C. Conrad (Richard Dix), un comerciante en
desahogada posición económica pero atormentado por la muerte de su
esposa a la que no consiguió salvar en un naufragio, contrata un asesino
a sueldo para acabar con su propia vida. La operación se realiza a
través de un intermediario quien, tras darle las órdenes oportunas al
ejecutor, muere a manos de la policía. Cuando la mujer es localizada con
vida, Earl quiere detener todo el plan, pero no conoce la identidad de
su verdugo.
Sin lanzar campanas al vuelo, como máximo “dame un silbidito…” un trabajo correcto de William Castle.
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