domingo, 29 de noviembre de 2020

HELLGATE (CHARLES MARQUIS WARREN, 1952)

 

 


 

 

La principal característica de los films llamados de serie B es, indiscutiblemente, la cortedad de su presupuesto. Esta circunstancia supone, en bastantes ocasiones, un interesante estímulo a la imaginación y a las dotes artísticas de los realizadores, quienes intentan, mediante imágenes, diálogos y, especialmente, un guión lo más absorbente posible, captar, podríamos decir secuestrar, la atención y el interés del espectador. Hellgate, de Charles Marquis Warren, además de ejemplificar esta afirmación cuenta con la participación de notables actores como Sterling Hayden quien en 1950 había rodado a las órdenes de John Huston, La jungla del asfalto, en uno de los principales papeles, James Arness, muy buen secundario (El gran Jim McLaine, Gunsmoke - serie de TV), y uno de mis actores de cabecera, habitual con John Ford (sublime encabezando el baile en Ford Apache junto a Henry Fonda) como es Ward Bond. Desconozco el presupuesto total y su distribución, pero para ser un "low-budget affair" está ciertamente muy aprovechado.

Encuadrable a la vez en el western y en el cine carcelario, Hellgate (originalmente "Hellgate Prision") es una muy interesante muestra de cine psicológico donde, disfrazada de error judicial, se analizan las cicatrices que la Guerra Civil norteamericana dejó en las profundidades del alma tanto en los Estados del Norte como en los del Sur. Gilman Hanley (Sterling Hayden) un veterinario sudista incorporado, recién acabada la contienda, a la nueva normalidad impuesta por el norte, es acusado de colaborar y favorecer a las bandas de insurgentes sudistas que recorren Kansas. La curación de un rebelde herido y la casual pérdida de unas alforjas de dinero robado son argumentos para su juicio y posterior condena así como para su ingreso en una inhóspita (más de lo acostumbrado) prisión en medio de un desierto supuestamente próximo a la frontera mejicana, en condiciones de vida inhumanas, donde el sol abrasa las fosas de castigo, donde el agua (escasísima) debe transportarse en barriles desde las localidades más cercanas, donde el trabajo penitenciario es duro, cruel y sin rédito alguno para nadie. Donde los guardias vigilan y se ensañan, y donde los indios pimas acaban con los que llegan a la osadía de intentar fugarse de los pétreos calabozos excavados en la roca. Todo ello dirigido por el sádico teniente Tod Voorhees (Ward Bond) al que la palabra rebelde le revuelve las tripas evocándole las impías muertes de mujeres y niños a manos de las fuerzas del sur.

Este es el ambiente para un hombre cuyo único delito fue socorrer a otro hombre maltrecho. Mientras su mujer (Joan Leslie) gestiona en Washington la revisión de su condena, él comparte celda con otros presos que sedientos y perpetuamente castigados parecen agonizar en un infierno pétreo subterráneo al que se accede por una puerta de puntiagudas estacas excavada entre los pedregales del desierto. Y en ese ambiente no sólo se dirime la lucha entre la vida y la muerte sino entre la resistencia y el hundimiento, entre la integridad que dan los valores personales y el vencimiento ante la fatalidad. Más allá de unos acontecimientos previsibles desde el principio, es en esta psicológica lucha interna de un hombre que trata de mantenerse íntegro en las circunstancias más contrarias, donde, a mi juicio, encuentra este film de Marquis Warren su verdadero sentido. La reparación (siempre parcial) del agravio cometido es un hecho conocido desde el minuto uno por los espectadores, ahora bien, el cómo y de qué manera, se va desgranando minuto a minuto entre heroicidades de unos y remordimientos de otros.

Excelente el entorno elegido para ubicar el presidio natural, en las proximidades de Los Ángeles, en un curioso enclave conocido como Browson Canyon, un paraje donde a principios del siglo XX se extraía piedra para la construcción. Cerrada la explotación en los años 20 se ha venido utilizando en producciones cinematográficas (p.e. Duelo en la Alta Sierra) y televisivas (Batman, Bonanza). Excelente como siempre Ward Bond e incluso Sterling Hayden cuyo rostro siempre me pareció un tanto hierático y demasiado imperturbable, cumple bien lo que le exige el papel.

Resumiendo, un film con los alicientes suficientes para visionarlo y que, en ningún caso defrauda. Los recortes presupuestarios no afectaron a su calidad y hoy, setenta años después, sigue siendo una oferta cinematográfica de interés. 

Puntuación: 7,15

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