Breve sinopsis:
Una conspiración para asesinar al impulsor de la reunificación alemana de posguerra, sirve de pretexto a Tourneur para filmar un impactante documento sobre los desastres del mayor conflicto bélico del siglo XX
No son las ruinas esplendorosas del Partenón griego ni las del Coliseo romano. Son las ruinas del pecado de exaltar el justo orgullo ario hasta los límites de la locura nazi. Esas imágenes, las de Frankfurt y Berlin absolutamente destrozadas, son las que quedan en mi retina después de ver Berlin Express, film de Jacques Tourneur que no pasará a la historia como joya del cine negro pero sí como documento histórico de una época que nunca deberá olvidarse.
No le busquemos otro sentido al film. No lo tiene. Y Tourneur lo sabe. El cineasta quiere que el recuerdo del horror se instale en nuestras neuronas y retrata el holocausto de las ciudades, los restos de su esplendor. No son siquiera ciudades muertas son ciudades derrotadas, destruidas, masacradas... Este es el activo de la película. La trama del asesinato del lider para la reunificación alemana no pasa de ser pura ficción con mucha moralina, que nos deja algunas secuencias y fotografías interesantes y sobre todo la atmósfera claustrofóbica del expreso nocturno.
El actor principal: El narrador. La voz en off que, como en todo documental que se precie, posiciona con precisión matemática a cada cual en su sitio. El americano en el compartimento A, la francesa en el B y así sucesivamente... La cosa incluso llega a parecerse a uno de aquellos chistes patrios: “Había un francés, un inglés, un americano, un ruso, un alemán...” Bueno, falta el español, con lo que la cosa ya no tiene gracia...
Bien por Robert Ryan, el mejor y tan profesional como siempre. Digna Merle Oberon y el resto, destacables comparsas de una película que consigue lo que pretende que no es otra cosa que impedir que aquel gran sin sentido histórico se apolille en las viejas páginas de los viejos libros de historia del siglo XX.
No le busquemos otro sentido al film. No lo tiene. Y Tourneur lo sabe. El cineasta quiere que el recuerdo del horror se instale en nuestras neuronas y retrata el holocausto de las ciudades, los restos de su esplendor. No son siquiera ciudades muertas son ciudades derrotadas, destruidas, masacradas... Este es el activo de la película. La trama del asesinato del lider para la reunificación alemana no pasa de ser pura ficción con mucha moralina, que nos deja algunas secuencias y fotografías interesantes y sobre todo la atmósfera claustrofóbica del expreso nocturno.
El actor principal: El narrador. La voz en off que, como en todo documental que se precie, posiciona con precisión matemática a cada cual en su sitio. El americano en el compartimento A, la francesa en el B y así sucesivamente... La cosa incluso llega a parecerse a uno de aquellos chistes patrios: “Había un francés, un inglés, un americano, un ruso, un alemán...” Bueno, falta el español, con lo que la cosa ya no tiene gracia...
Bien por Robert Ryan, el mejor y tan profesional como siempre. Digna Merle Oberon y el resto, destacables comparsas de una película que consigue lo que pretende que no es otra cosa que impedir que aquel gran sin sentido histórico se apolille en las viejas páginas de los viejos libros de historia del siglo XX.
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