Una inquietante pregunta y una anodina respuesta. Este es un resumen muy sucinto de Beau Geste, película que contiene uno de los inicios más desconcertantes y atrayentes de la historia cinematográfica. Ese fuerte Zinderneff en medio del desierto defendido por cadavéricos legionarios, testigos de una historia cuyo secreto nunca podrán revelar. Ese misterio que continúa incluso después de la llegada de las tropas de refuerzo. Esas desapariciones "misteriosas" en las arenas de un norteafricano triángulo de las Bermudas. Todo ello nos hace concebir esperanzas de una trama tan irreal como cautivadora donde lo inexplicable le robe el sitio a lo lógico y razonable siquiera por dos horas escasas.
Pero no. Se empeñan en devolvernos a la realidad pura y dura, con tres hermanos unidos además de por el abolengo y los juegos de barcos y guerreros vikingos muertos con honor, por una gloriosa legión francesa donde se ponen a prueba valores tales como honor y patria. Los motivos que les llevan a alistarse no quedan claramente definidos, si bien tal circunstancia es irrelevante en el transcurso de la historia. Lo verdaderamente importante es, por una parte, el cruce de caminos que se produce en sus vidas y por otra el misterio del robo de la joya (no confundir con recientes bodrios hispanos) familiar.
No hará falta que les diga que la película se desarrolla en pasado, técnicamente hablando en flashback, ni que poco a poco los acontecimientos se van engranando hasta resolver anodinamente el misterio. Y nos quedamos un tanto decepcionados. La curiosidad mató al gato. ¿Queríamos saber? Pues, toma, ya sabemos...
Pero quiero ser justo. No obstante este descenso desde la poderosa imaginación a la cruda realidad, la película tiene elementos más que notables como para erigirse en una de las señeras del cine en un año especialmente fructífero (1939) en el que compartió cartel con La diligencia de Ford o Lo que el viento se llevó de Victor Fleming. Y de estos elementos quiero destacar uno en particular, la grandísima interpretación de Brian Donlevy como el sargento Markoff, instructor de la línea dura, tan dura que se le nacionalizó ruso para no herir sensibilidades nacionalistas, máxime cuando los soviéticos andaban repartiéndose Polonia con los alemanes por aquellas fechas. Su personaje, mezcla de honor, patria e infamia es de los que hacen época y dan pedigrí a una película.
Gary Cooper, cuya versión legionario resulta convincente, lo mismo que en Morocco de Sternberg, lo hace bien. Milland y Robert Preston, como los dos hermanos, están correctos. Curiosas las apariciones de Broderick Crawford, Susan Hayward o un imberbe (mas de la cuenta) Donald O,Connor, pero aquí el figura y con diferencia es el sargento Markoff.
La batuta directora de Wellman, como en otras ocasiones, excelente, y la música de Newman, idem de lo mismo.
Pero no. Se empeñan en devolvernos a la realidad pura y dura, con tres hermanos unidos además de por el abolengo y los juegos de barcos y guerreros vikingos muertos con honor, por una gloriosa legión francesa donde se ponen a prueba valores tales como honor y patria. Los motivos que les llevan a alistarse no quedan claramente definidos, si bien tal circunstancia es irrelevante en el transcurso de la historia. Lo verdaderamente importante es, por una parte, el cruce de caminos que se produce en sus vidas y por otra el misterio del robo de la joya (no confundir con recientes bodrios hispanos) familiar.
No hará falta que les diga que la película se desarrolla en pasado, técnicamente hablando en flashback, ni que poco a poco los acontecimientos se van engranando hasta resolver anodinamente el misterio. Y nos quedamos un tanto decepcionados. La curiosidad mató al gato. ¿Queríamos saber? Pues, toma, ya sabemos...
Pero quiero ser justo. No obstante este descenso desde la poderosa imaginación a la cruda realidad, la película tiene elementos más que notables como para erigirse en una de las señeras del cine en un año especialmente fructífero (1939) en el que compartió cartel con La diligencia de Ford o Lo que el viento se llevó de Victor Fleming. Y de estos elementos quiero destacar uno en particular, la grandísima interpretación de Brian Donlevy como el sargento Markoff, instructor de la línea dura, tan dura que se le nacionalizó ruso para no herir sensibilidades nacionalistas, máxime cuando los soviéticos andaban repartiéndose Polonia con los alemanes por aquellas fechas. Su personaje, mezcla de honor, patria e infamia es de los que hacen época y dan pedigrí a una película.
Gary Cooper, cuya versión legionario resulta convincente, lo mismo que en Morocco de Sternberg, lo hace bien. Milland y Robert Preston, como los dos hermanos, están correctos. Curiosas las apariciones de Broderick Crawford, Susan Hayward o un imberbe (mas de la cuenta) Donald O,Connor, pero aquí el figura y con diferencia es el sargento Markoff.
La batuta directora de Wellman, como en otras ocasiones, excelente, y la música de Newman, idem de lo mismo.
1 comentario:
Un saludo y felicitarte por esta página que descubro y veo con agrado (quizá porque en ella están reflejados parte de mis gustos, como aficionado al cine desde siempre y hasta siempre). Sobre esta película tengo que decir que es una mis favoritas (entre otros cientos o miles) y en la única ocasión que coinciden mis gustos con los del antiguo jefe del estado (Pachu, en el argot popular), que, según rumores, la consideraba como su favorita y (hace unos años, bastantes) era regularmente emitida por la televisión pública. Salud desde Xixón.
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