La ira de Dios es una de esas películas que dejan esa sensación de dejà-vu, de haberlas visto anteriormente. Un par de figuras del cine de antes y de siempre (Robert Mitchum y Rita Hayworth), bastantes semi desconocidos (Frank Langella, Victor Buono, John Colicos o Ken Hutchison) y un guión sobre revolución de república bananera o similar. El cesto que puede resultar de todos estos mimbres no depara, por lo general, muchas sorpresas así que, por la misma regla de tres, no decepciona. Quien nada espera no puede sentirse defraudado.
Lo más destacable, a la par que lamentable, es el estado en que se encontraba la otrora gran diva de la seducción, Rita Hayworth, y es que los años perdonan poco pero el Alzheimer todavía menos. Su papel breve y sin requerir grandes esfuerzos de memoria, impresiona al espectador por el golpe que supone a los recuerdos, Gilda entre ellos.
En cuanto a Mitchum, quien tuvo, retuvo y guardó para luego. A los que lo valoramos como actor nos gusta verlo, pero eso no es suficiente. Su papel de cura entre el desencanto y la redención, metralleta en ristre, no es precisamente un retrato convencional de la Iglesia, por lo que de entrada no es apta para devotos feligreses parroquianos.
El acostumbrado cinismo del actor, siempre de vuelta y media de todo, unas pinceladas de humor y la voluntad divina en forma de oportunísimo desplome del crucifijo para abatir a los impíos inconfesos, es tal vez lo único salvable entre la insulsez de un film para olvidar.
Lo más destacable, a la par que lamentable, es el estado en que se encontraba la otrora gran diva de la seducción, Rita Hayworth, y es que los años perdonan poco pero el Alzheimer todavía menos. Su papel breve y sin requerir grandes esfuerzos de memoria, impresiona al espectador por el golpe que supone a los recuerdos, Gilda entre ellos.
En cuanto a Mitchum, quien tuvo, retuvo y guardó para luego. A los que lo valoramos como actor nos gusta verlo, pero eso no es suficiente. Su papel de cura entre el desencanto y la redención, metralleta en ristre, no es precisamente un retrato convencional de la Iglesia, por lo que de entrada no es apta para devotos feligreses parroquianos.
El acostumbrado cinismo del actor, siempre de vuelta y media de todo, unas pinceladas de humor y la voluntad divina en forma de oportunísimo desplome del crucifijo para abatir a los impíos inconfesos, es tal vez lo único salvable entre la insulsez de un film para olvidar.
1 comentario:
La ira de Dios es un wester, pero también es un homenaje a la Iglesia combatiente y a los curas trabucarios de las revoluciones mejicanas y españolas. Hay una vaga referencia a las guerras cristeras de la década del 20 y 30 en Méjico. La muerte del niño monaguillo, por ejemplo, hay una referencia a la decadencia de Imperio Británico en la figura de un otrora honorable y cínico militar inglés convertido en contrabandista y mercenario y a los revolucionarios irlandeses del ejercito republicano que perdida la guerra andaban dinamitando por América y otros lugares remotos. También a los Inndios aunque aquí los los tarumarhas se convirtieran por la traducción en Aymaras y una vinculación con los abusos de la revolución mejicana aunque centrada en un país no identificado cercano a Mexico. Y un concepto borgeano en la trama el falso cura en realidad era un cura desencantado y tal vez apóstata que en ese lugar volvió a ejercer su sacerdocio y recibir nuevamente la gracia de la fe, Robert Michun con el valijón y diciendo recen por mi me hace acordar al actual Papa Francisco, y la música deja escuchar la misa criolla argentina entre otras rarezas.- Pablo Etchevehere
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