La Habana es Cádiz con más negritos decía el recordadísimo Carlos Cano. Por ello, Richard Lester viene a la Tacita de Plata con los trastos de filmar para, mezclando historias secundarias, situarnos en la historia principal de la Cuba pre-revolucionaria. La realidad cubana de los 50 contemplada tangencialmente, como telón de fondo y casi de soslayo hubiese sido una opción respetable y probablemente hubiese dado lugar a una excelente película. Pero no es el caso de esta Cuba de Richard Lester donde, personajes que están metidos hasta las cejas en el meollo del conflicto, parecen más interesados en asuntos de cama y almohada que en lo que en realidad les ha llevado hasta allí.
Tenemos americanos vendiendo armas y buscando negocios baratos que rentabilizar, militares ingleses dispuestos a ser el brazo armado de la contrarrevolución y por descontado tenemos a Fulgencio Batista a punto de poner pies en polvorosa. Están los dólares americanos facilitando trámites y conquistando voluntades. En Santa Clara está Fidel. En La Habana, el rancio glamour de Flamingo y sus stripteases. Las miserias a flor de calle y el lujo en piscinas y campos de golf. Pero por encima de todo ello, Lester reduce su película a, dos cosas, una relación amorosa reencontrada entre el comandante inglés (Sean Connery) contratado para exterminar a los insurrectos y la nuera (Brooke Adams) del fundador de un imperio empresarial dedicado al tabaco y al ron , y la otra, a salvar el “honor” familiar de la querida del ocioso hijo, bebedor, mujeriego y entendido en caballos. Lo principal pasa a segundo plano, el exterminio se queda en una simple escaramuza entre cañaverales y la revolución parece perder importancia ante el honor recuperado en forma de una mancha de sangre que se extiende incómoda sobre las aguas cloradas de la pileta de lujo.
Alguna perla, evidentemente caribeña, encontramos. La frase del negociador americano: “ ¿No saben que, en Cuba el tiempo significa dinero? Y la prostituta respondiendo: “Yo sí”. O untar al policía con dólares del Monopoly. Batista embarcando hasta el piano de cola o el gesto del aduanero explicitando money money. Película de tópicos donde los traficantes de armas son vendedores de tractores y las cubanas se contonean a ritmos de son, con tibias pinceladas de esa miseria que los panfletos turísticos esconden y de esa democracia de la que se presume cuando se carece. Y como diría Carlos Puebla y sus Tradicionales, “En eso llegó Fidel…”
Excelente Sean Connery. Su ex-imagen Bond hacía presumir un film de agentes secretos o cuando menos de complicadas e inconfesables tramas económico-políticas. Pero no. Al final, casi todo acaba condensado en un romance con la “blandita” señora de Pulido (Brooke Adams) y en un pies para qué os quiero. Fin de ciclo. Fin de película. Podría finalizar con aquel Continuará…Permanezcan atentos a la pantalla. La cosa evidentemente continuó y en esas estamos, sesenta años después.
Puntuación: 6
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