Asomarse al cine asiático es un ejercicio absolutamente recomendable especialmente para aquellos que vivimos la era de las prisas, de los embotellamientos y de los consumismos sin sentido, todo muy occidental, sí señor, y signo de la modernidad de los tiempos. Y como uno de los directores estrella del cine oriental es Kenji Mizoguchi, a él me he acercado desde mis ignorancias occidentales.
Entonando el mea culpa reconozco que hasta hoy no había visto ninguna de sus películas, si bien entre mis proyectos de futuro están "Cuentos de la luna pálida", por lo que La calle de la vergüenza ha sido una especie de bautismo de fuego en el cine de un autor muy personal. Y, como es frecuente en estos piro - bautizos tardíos, la ceremonia ha salido bien pero adolece de inexperiencia (la mía).
Hay realizadores cuyo cine es incapaz de entenderse desde una sola película y menos cuando se trata de la última que dirigió. Es algo así como querer comprender una novela leyendo únicamente sus últimas páginas. No puede ser y además es imposible. El cine de Mizogouchi, por lo que cuentan los críticos, es algo así como una suma arrastrada (la frase es mía), donde cada película comprende la anterior.
Centrándome en lo que he visto, que es de lo único que puedo hablar, les diré que la historia de cuatro prostitutas japonesas occidentalizadas no responde a mis esquemas preconcebidos del cine nipón. Las vivencias personales tampoco se diferencian mucho de otras historias culturalmente diversas. La mamma Roma de Passolini también hace la calle para mantener a su hijo. Parroquianos incautos a los que una mujer aleja de los caminos honestos haberlos hailos aquí, en Kioto y en la Polinesia. Y mujeres que abordan a los hombres arrastrándolos hasta los burdeles hay en Pekin lo mismo que en el Barrio Chino barcelonés.
Y sin embargo hay diferencias. El concepto de prostitución como alternativa al suicidio es una de ellas. El paternalismo del dueño del burdel, otra. Ese concepto fatalista de la vida encarnado por Mickey regalando un billete de vuelta a la chica que emprende una nueva vida es otra muestra. Dentro de la occidentalización de la cultura ancestral japonesa encontramos esos sentidos vitales, tan opuestos a los nuestros. Acabamos encontrándolos porque están ahí, como el Fujiyama, eternos y vigilantes. Sin embargo, me pregunto, el durísimo enfrentamiento de Mickey con su padre (una de las escenas magistrales de la película? ¿A que cultura pertenece?
Seguiré ahondando en la figura de Mizoguchi. Aunque haya empezado por el final estoy seguro que el orden de los factores no alterará el producto de una gran vida dedicada al cine.
1 comentario:
He visto bastante de Mizoguchi (suena a marca de coche) porque aprendo cine en cada película suya. Por supuesto hay que ver "Los cuentos de la luna pálida" También me gustan "El intendente Sansho" y "47 samurais"
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