Los espectadores acabamos pidiendo furiosamente justicia y cometiendo el mismo delito de intolerancia. Un parque eólico de "árboles del ahorcado" nos hubiese parecido un justo epílogo para una historia de violencia "per se" donde las motivaciones nada o casi nada tienen que ver con los hechos ocurridos. El asesinato de un vaquero es el cortocircuito que desata el incendio de los conflictos individuales. El sadismo del general sudista y sus frustraciones familiares o los afanes de protagonismo de un ayudante de sheriff son algunas de las ascuas sobre las que soplan los vientos vengativos de la jauría humana. Perros escudándose unos con otros pero temiendo el momento de quedarse a solas con sus conciencias.
Esa ciudad muerta como la tumba de un paiote. Ese perro omnipresente cruzándose a los pies de los caballos. Esos jinetes con barro en los ojos y quizás en la mente. Augurios de un western diferente y poco convencional, un poco en ese estilo Tourneur donde la gente tiene sentimientos y llora a sus muertos. Wellman prescinde de muertos innecesarios. De duelos al sol y de muerde la bala. Wellman nos presenta una historia universal como la que nos ofreció Lang en Fury y esa historia nos impacta tanto que hasta actores como Fonda, Jane Darwell o Harry Davenport, cumpliendo excelentemente con su trabajo, nos parecen comparsas de un argumento genial.
Formalmente la película es una maravilla. La llegada de los jinetes a una polvorienta ciudad o esos esqueléticos árboles prestos para deslizar la soga, son instantes mágicos que dan solidez a una historia de locuras colectivas y, sobre todo, de crueles remordimientos.
Tres apuntes para acabar: Espléndido Dana Andrews en un papel difícil. Magnífica y compenetrada la banda sonora. Y por último, Óscar para el título del film: Llamar a todo lo sucedido "incidente", término que encierra en si mismo cierta "levedad", es todo un canto al secreto de sumario imprescindible en el cine.
Aquí la muerte también tiene un precio y se lo cobra en conciencias atormentadas y noches de insomnio.
Esa ciudad muerta como la tumba de un paiote. Ese perro omnipresente cruzándose a los pies de los caballos. Esos jinetes con barro en los ojos y quizás en la mente. Augurios de un western diferente y poco convencional, un poco en ese estilo Tourneur donde la gente tiene sentimientos y llora a sus muertos. Wellman prescinde de muertos innecesarios. De duelos al sol y de muerde la bala. Wellman nos presenta una historia universal como la que nos ofreció Lang en Fury y esa historia nos impacta tanto que hasta actores como Fonda, Jane Darwell o Harry Davenport, cumpliendo excelentemente con su trabajo, nos parecen comparsas de un argumento genial.
Formalmente la película es una maravilla. La llegada de los jinetes a una polvorienta ciudad o esos esqueléticos árboles prestos para deslizar la soga, son instantes mágicos que dan solidez a una historia de locuras colectivas y, sobre todo, de crueles remordimientos.
Tres apuntes para acabar: Espléndido Dana Andrews en un papel difícil. Magnífica y compenetrada la banda sonora. Y por último, Óscar para el título del film: Llamar a todo lo sucedido "incidente", término que encierra en si mismo cierta "levedad", es todo un canto al secreto de sumario imprescindible en el cine.
Aquí la muerte también tiene un precio y se lo cobra en conciencias atormentadas y noches de insomnio.
1 comentario:
Película que vi con unos amigos en casa de uno de ellos, con cervezas y chucherías. El parloteo no me dejó apreciar bien la película. Según tu comentario hay que verla y así lo haré.
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