La valoración media, en la web, de
este film de Alan Parker no anda demasiado lejos del aprobado mediocre y
raspante. Necesita mejorar, como constaba (y no sé si aun lo hace) en las
cartillas escolares de los alumnos menos entrenados en el noble arte de
mantener un libro entre los codos. Claro que decir eso de Alan Parker suena a
herejía en el mundo del celuloide de calidad y, tal vez por eso, como sucede en
todas las medias, los cinéfilos de pro han defendido hasta la exaltación esta
orgía de excrementos, vómitos, enemas, bazofias y otras lindezas escatológicas.
Postura que respeto pero no comparto.
“El balneario de Battle Creek”
pretende, y lo consigue, llevar al gran público, como lo hizo la novela de T.
Coraghessan Boyle en que se basa, la historia real de John Harvey Kellog,
doctor de principios del siglo XX que, a base de tratamientos de limpieza intestinal y
otros buenos hábitos, comprendida la carencia de sexo, garantizaba a los
adinerados clientes de su sanatorio una longevidad en la que tenía un destacado
papel la ingesta de cereales, evidentemente Kellog´s, inventados y
promocionados conjunta y conflictivamente con su hermano. Encuentro encomiable
esta labor de acrecentar el conocimiento medio de espectadores como nosotros
que no sabemos siquiera de donde procede aquello que cada mañana vertemos en
nuestros tazones, pero cuando las formas se imponen sobre los fondos, el
interés por la cultura decae y lo único que parece tener importancia es la
lentitud del reloj avanzando parsimonioso como nunca hacia el final de la
película.
La educación es como la piel y me
resulta imposible arrancármela. Es probable que otros espectadores con otros
conceptos personales, tan válidos como los míos, pero diferentes, encuentren valores
positivos e incluso magistrales en el film. No discutiré eso. Soy capaz de
reconocer sus méritos como retrato de una sociedad donde doctores, tuertos en
el país de los ciegos, descubrían y vendían pulseras mágicas, pócimas
curativas, píldoras de la felicidad y hasta pastillas para no dormir, que diría
Sabina. Y que un legado como los Corns Kellogg´s puedan merecer un homenaje
fílmico. Pero para ello no basta un buen guión, buenos actores (Anthony
Hopkins, Matthew Broderick, Bridget Fonda, John Cusack) y un director de
prestigio. Hace falta también un ejercicio neuronal y no sustentar una comedia exclusivamente
sobre gags desagradables y vomitivos. La extralimitación y la falta de sutileza
no están inventariados en mi equipaje diario. La educación sí, y por ello mi
respeto a quienes defienden y aplauden la película
Y considero a Parker un director
excelente, pero en comedias, un Lubitsch “please”…
Puntuación: 5,00
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