Estamos ante una película mítica donde las haya, de esas que no pueden faltar en los manuales del maravilloso invento de los Lumiére y que jalonan su historia, protagonizada por actores de primerísimo nivel que se ganaron a pulso, a fuerza de actuaciones como ésta, el que sus nombres figuren, en esos mismos libros, con letras de oro.
Vivien Leight no sólo será nuestra eterna Scarlata O,Hara sino también la mítica Blanche Dubois (nombre de hada), a Karl Malden no lo recordaremos solo por el padre Barry de La ley del silencio sino también por este Mitch enamorado (y desengañado) de Blanche y sobre todo y sobre todos, Marlon Brando para el que cualquier calificativo positivo que yo pueda decir no sería mas que una repetición de cientos de miles anteriores.
Tal vez una censura menos protectora de nuestras virtudes morales nos hubiese permitido comprender y saborear mejor esta historia de pasados que se fueron y realidades en las que hay que sobrevivir, donde todo consiste en caminar hacia delante so pena de encontrarte con la locura esperándote junto a la puerta de tus fantasías. A diferencia de la novela de Tenesse Williams donde los cabos (sexuales) no están sueltos, aquí no acaban de encajar.
Se nos ocultan datos por así decirlo. La dichosa y eterna censura cercena esos deseos que no sólo se escriben en el frontal de un tranvía sino en los ojos de frente a Blanche ó de Blanche frente a la mítica camiseta sudada de Brando. Que se escriben en el beso de Blanche al joven cobrador y que encierran un pasado que, siendo absolutamente clarificador para desentrañar la historia, se nos ha ocultado.
Este desconcierto, digámoslo así, respecto a ciertos detalles de la historia, resta algunas décimas a la valoración de esta película por la que Brando debió, sin ninguna duda, recibir el Oscar (aunque hubiesen tenido que conceder 2 aquel año).
Una joya del cine de todos los tiempos.
Vivien Leight no sólo será nuestra eterna Scarlata O,Hara sino también la mítica Blanche Dubois (nombre de hada), a Karl Malden no lo recordaremos solo por el padre Barry de La ley del silencio sino también por este Mitch enamorado (y desengañado) de Blanche y sobre todo y sobre todos, Marlon Brando para el que cualquier calificativo positivo que yo pueda decir no sería mas que una repetición de cientos de miles anteriores.
Tal vez una censura menos protectora de nuestras virtudes morales nos hubiese permitido comprender y saborear mejor esta historia de pasados que se fueron y realidades en las que hay que sobrevivir, donde todo consiste en caminar hacia delante so pena de encontrarte con la locura esperándote junto a la puerta de tus fantasías. A diferencia de la novela de Tenesse Williams donde los cabos (sexuales) no están sueltos, aquí no acaban de encajar.
Se nos ocultan datos por así decirlo. La dichosa y eterna censura cercena esos deseos que no sólo se escriben en el frontal de un tranvía sino en los ojos de frente a Blanche ó de Blanche frente a la mítica camiseta sudada de Brando. Que se escriben en el beso de Blanche al joven cobrador y que encierran un pasado que, siendo absolutamente clarificador para desentrañar la historia, se nos ha ocultado.
Este desconcierto, digámoslo así, respecto a ciertos detalles de la historia, resta algunas décimas a la valoración de esta película por la que Brando debió, sin ninguna duda, recibir el Oscar (aunque hubiesen tenido que conceder 2 aquel año).
Una joya del cine de todos los tiempos.
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