viernes, 18 de abril de 2008

ANGELES CON CARAS SUCIAS (MICHAEL CURTIZ - 1938)








El encuentro Bogart-Curtiz es un evento del que cualquier aficionado al cine debe congratularse. No en vano, cuatro años después nos regalarían una de las mejores obras del fenómeno cinematográfico: Casablanca. Sin embargo, Ángeles con caras sucias no es Bogart sino Cagney, en un papel de esos que le vienen como anillo al dedo, el de Rocky Sullivan, golfillo elevado a la categoría de delincuente gracias al sistema corrector penitenciario americano. La implicación de Cagney con este tipo de personajes es tal, que no sabemos con certeza si estamos ante un gángster neoyorkino metido a actor o al revés, aunque de lo que estamos absolutamente seguros y convencidos es de que Cagney borda su interpretación. Y eso que tiene a su lado a un Pat O,Brien, colaborador suyo relativamente habitual, que lo hace muy bien y un Humphrey Bogart que, sin ser el sui generis Bogart que todos valoramos y recordamos, también está ahí.

Mas que una película de gángsters al estilo tradicional, Curtiz nos situa ante un dilema de futuro. El de una juventud ociosa y desencantada en plena depresión norteamericana, necesitada de héroes que den sentido a sus existencias y signifiquen el ejemplo a seguir. El nudo central de la película se estructura sobre la elección de ese modelo, elección que, como las grandes decisiones que la vida exige tomar, condicionará la supervivencia de unos muchachos con muchos sueños y pocas esperanzas.

Esta es la cruzada del padre Connolly, su pulso a un destino que parece escrito para los chicos. Una cruzada que le llevará a enfrentarse a todo el establishment y sobre todo a su mejor amigo y compañero de andanzas juveniles. ¿Quién ganará? No voy a desvelarselo. Pero tengan por seguro que gana el cine y nosotros como espectadores.

No quiero finalizar este comentario sin referirme tanto a la maravillosa fotografía de Sol Polito como a la no menos genial música de Steiner. La calidad de ambas es excepcional durante todo el metraje, pero alcanza su cumbre en el tramo final acompañando unas secuencias difíciles de olvidar y sobre todo absolutamente coherentes con el conjunto de la película y con esos sentidos y modelos de los que antes les hablaba.







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