Únicamente la presencia de Barbara Stanwyck y, en menor medida la de Henry Fonda justifican el visionado de esta comedia de gesticulantes y lastimosos policías, investigadoras privadas en traje de cocktail y muertos en la nevera donde el único sentido de las ocho féminas en busca de cadáveres es el de lucir palmito y ocupar su buena cuota de pantalla. Con una, especialmente si se trata de nuestra Bárbara habría bastante ó como mucho dos, una para llevar el frasco de las sales del mismo modo que el oficial Sullivan es el portador de bicarbonatos anti dolores estomacales e incluso improvisado cantante en artículo mortis si se tercia la ocasión.
Tan lejos queda de aquellas comedias mágicas tipo Capra que cualquier parecido no es ni siquiera coincidencia sino un error aleatorio del destino. Las aventureras cinco de Enid Blyton multiplicadas como panes o peces hasta ocho no tienen justificación posible como no sea la demanda de papeles para amiguitas de los productores en pos del estrellato. Y si es junto a la Stanwyck y a Fonda mejor que mejor. No le encuentro otro sentido a tanta aglomeración femenina cuyo número supera el imprescindible para visitas a la toilette y se acerca al conveniente para reuniones caseras de venta de cosméticos, tupperwares y análogos.
Comedias simples para gente con problemas que olvidar. Este podría ser el resumen de esta película y de otras cortadas por el mismo patrón - no incluyo en este saco las comedias de Frank Capra, auténticas obras de orfebrería cinematográfica, a años luz del resto de trabajos “mortales”- que no derrochaban precisamente originalidad en sus gags ni consistencia en sus situaciones. En el caso de The mad miss Manton, la presencia de una de las grandes damas de la pantalla como unánimemente se reconoce a Bárbara Stanwyck redime de la mediocridad este trabajo de Leight Jason que únicamente cabe ser recordado por la sensualidad de un cigarrillo encendido con mechero de gasolina, entre sábanas de seda e impenetrables antifaces. Instante tan breve como fugaz pero digno de ser rescatado de la general mediocridad de un film olvidable y olvidado.
Tan lejos queda de aquellas comedias mágicas tipo Capra que cualquier parecido no es ni siquiera coincidencia sino un error aleatorio del destino. Las aventureras cinco de Enid Blyton multiplicadas como panes o peces hasta ocho no tienen justificación posible como no sea la demanda de papeles para amiguitas de los productores en pos del estrellato. Y si es junto a la Stanwyck y a Fonda mejor que mejor. No le encuentro otro sentido a tanta aglomeración femenina cuyo número supera el imprescindible para visitas a la toilette y se acerca al conveniente para reuniones caseras de venta de cosméticos, tupperwares y análogos.
Comedias simples para gente con problemas que olvidar. Este podría ser el resumen de esta película y de otras cortadas por el mismo patrón - no incluyo en este saco las comedias de Frank Capra, auténticas obras de orfebrería cinematográfica, a años luz del resto de trabajos “mortales”- que no derrochaban precisamente originalidad en sus gags ni consistencia en sus situaciones. En el caso de The mad miss Manton, la presencia de una de las grandes damas de la pantalla como unánimemente se reconoce a Bárbara Stanwyck redime de la mediocridad este trabajo de Leight Jason que únicamente cabe ser recordado por la sensualidad de un cigarrillo encendido con mechero de gasolina, entre sábanas de seda e impenetrables antifaces. Instante tan breve como fugaz pero digno de ser rescatado de la general mediocridad de un film olvidable y olvidado.
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