La ficción encuentra en el cine un medio para expresarse. En el cine fantástico y de ficción encuentran su alojamiento, circunstancias y situaciones que no se sostendrían en otros géneros cinematográficos. Pero, cuando nos movemos dentro de las fronteras de la realidad las reglas de juego deben ajustarse a una cierta lógica. Y eso es lo que aquí no sucede.
En primer lugar se trata de una película real sobre conflictos de intereses, petrolíferos y agropecuarios. Pero curiosa e increíblemente los pescadores de la bahía, descendientes de generaciones de pescadores no se aprendieron muy bien las técnicas de pesca del langostino y tuvieron que llegar los petroleros para enseñarles. Ficción pura, si señor.
En segundo lugar los cambios de carácter son dignos de estudio: Un pescador veterano, pacífico toda su vida, es capaz en menos que canta un gallo de convertirse en agitador de masas, liderar motines y estar incluso dispuesto a colgar a cualquiera con tal de defender el honor, la honra y por supuesto el langostino de oro. Y si esto no fuese bastante, al día siguiente, aquí no ha pasado nada y tan amigos.
En tercero, El enamoramiento suele alcanzar velocidades elevadas, pero en el caso de Bahía negra son supersónicas. Y además en muchos casos se pasa del odio a la pasión más absorbente en un plisplás. En el camino del barquito a la taberna. Somos novios, nos queremos. Manzanero, cien por cien.
El tema de fondo es interesante y nada malo, el conflicto petrolero-ecológico, pero el guión tiene muchísimos cabos flojos. Y gracias a que James Stewart es uno de los grandes, que Anthony Mann es un director muy interesante y que Dan Duryea por fin me ha gustado en un papel no convencional de malo con ganas, la película se salva.
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