Michael Curtiz, otro de los grandísimos cineastas que Europa regaló al cine USA realizó en 1932 esta película para la Warner Bros, donde retrata con maestría el mundo carcelario y entra en el terreno, pantanoso sin duda, de la condición de los alcaldes de esas instituciones y sus relaciones con los presos.
Un alcalde de Sing Sing tan implicado en el proceso de redención de los delincuentes, comprometiendo incluso su propio cargo a cambio de la palabra de honor dada por un recluso, se hace algo difícil de creer y la película acusa un exceso de moralina y un defecto de realismo. Pero, en este marco de fábula moral, el film se desenvuelve con bastante solvencia, en especial por la interpretación de Spencer Tracy, en un papel de gángster entre rejas que parecía pintiparado para James Cagney, en quien inicialmente se pensó.
Tracy, gran actor donde las haya, compone un personaje que, a mi juicio, es lo más real de la película. Mezcla de prepotencia, violencia, honor, sentido del deber y hombría (en el sentido de humanidad) llevada hasta las últimas y más extremas consecuencias. Generalmente, los personajes interpretados por Spencer Tracy siempre tuvieron esa condición y debo decir que la sorpresa inicial de verle encarnando a un mafioso se quedó en simple anécdota al comprobar que en el fondo se trataba mera y simplemente de pura fachada y que de matón poco y de tío legal, como se dice ahora, mucho.
Frente a él, Bette Davis, con su juvenil belleza muñeca de porcelana, demostrando excelentes maneras, aunque muy alejada de la Margo Channing de Todo sobre Eva, de Baby Jane o la entrañable Annie Manzanas (versión dos de Capra), claro que, esto no es reprochable. La juventud es el divino tesoro con el que se puede comprar todo, menos la experiencia y la veteranía. No obstante y para ser absolutamente veraces, tan solo tres años después, en el 1935, obtendría su primer Oscar por Peligrosa de Alfred E. Green, y otros tres más, el segundo por Jezabel, de William Wyler.
Finalmente, reparar en el gran director que fue Curtiz, a quien asociamos inevitablemente con Casablanca, pero que dirigió también Mildred Pierce (Alma en suplicio), El trompetista (con Kirk Douglas) o la mítica El capitán Blood. Es cierto que los 50 supusieron un descenso cualitativo en sus películas, pero aun así el director nacido en Budapest fue uno de los grandes.
Un alcalde de Sing Sing tan implicado en el proceso de redención de los delincuentes, comprometiendo incluso su propio cargo a cambio de la palabra de honor dada por un recluso, se hace algo difícil de creer y la película acusa un exceso de moralina y un defecto de realismo. Pero, en este marco de fábula moral, el film se desenvuelve con bastante solvencia, en especial por la interpretación de Spencer Tracy, en un papel de gángster entre rejas que parecía pintiparado para James Cagney, en quien inicialmente se pensó.
Tracy, gran actor donde las haya, compone un personaje que, a mi juicio, es lo más real de la película. Mezcla de prepotencia, violencia, honor, sentido del deber y hombría (en el sentido de humanidad) llevada hasta las últimas y más extremas consecuencias. Generalmente, los personajes interpretados por Spencer Tracy siempre tuvieron esa condición y debo decir que la sorpresa inicial de verle encarnando a un mafioso se quedó en simple anécdota al comprobar que en el fondo se trataba mera y simplemente de pura fachada y que de matón poco y de tío legal, como se dice ahora, mucho.
Frente a él, Bette Davis, con su juvenil belleza muñeca de porcelana, demostrando excelentes maneras, aunque muy alejada de la Margo Channing de Todo sobre Eva, de Baby Jane o la entrañable Annie Manzanas (versión dos de Capra), claro que, esto no es reprochable. La juventud es el divino tesoro con el que se puede comprar todo, menos la experiencia y la veteranía. No obstante y para ser absolutamente veraces, tan solo tres años después, en el 1935, obtendría su primer Oscar por Peligrosa de Alfred E. Green, y otros tres más, el segundo por Jezabel, de William Wyler.
Finalmente, reparar en el gran director que fue Curtiz, a quien asociamos inevitablemente con Casablanca, pero que dirigió también Mildred Pierce (Alma en suplicio), El trompetista (con Kirk Douglas) o la mítica El capitán Blood. Es cierto que los 50 supusieron un descenso cualitativo en sus películas, pero aun así el director nacido en Budapest fue uno de los grandes.
1 comentario:
me ha llamado la atención la película y el reparto de la misma.
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