Ante todo, un consejo, vean primero El tigre de Esnapur y después La tumba india y no a la inversa (como hice yo) pues ambas películas y en ese orden, forman parte de un todo absolutamente indisoluble, Tanto que, podría decirse con propiedad que se trata de una película partida en dos.
La impresión que me dejó El tigre de Esnapur es prácticamente la misma que La tumba india, es decir, un retorno a ese cine que, de niños, nos llevaba, montados a lomos de exóticos elefantes a vivir maravillosas aventuras donde los buenos siempre acababan ganando y los malos nunca se salían con la suya. Y Oriente y la India como misteriosos escenarios con sus Budas, sus templos, sus frondosas selvas, su opulencia y su miseria y el río, siempre el río, ese Ganges sagrado que tan majestuosamente filmó Jean Renoir y que Lang eterniza entre los colores del ensueño.
Sin embargo no acabo de asociar a Lang con este género de aventureras películas. Probablemente lo tengo más encuadrado en un cine de expresiones, de luces y sombras igualmente inquietantes, de perversidades y de universos un tanto kafkianos y barrocos. Parece como que este cine no le pega demasiado. Y de hecho las críticas en su tiempo tildaron estos dos films de películas de entretenimiento infantil y juvenil. Algo así como poco serias. Incluso se puso en tela de juicio la calidad de los efectos especiales, sin embargo el trabajo del director alemán es muy interesante con una fotografía magistral en unos paisajes que seguramente inspiraron los cuentos de las mil y una noches y en cuanto a los efectos, evidentemente no son los que vemos en la actualidad, pero tampoco hay que ser demasiado duro con ellos.
De nuevo resaltar la sensualidad de Debra Paget especialmente en sus bailes en honor a la diosa del templo. El resto de actores, un tanto desconocidos, cumplen.
Para finalizar, les diré, que puestos a elegir, me quedo con la segunda parte, La tumba india, que a diferencia del refrán popular, resulta probablemente mejor.
La impresión que me dejó El tigre de Esnapur es prácticamente la misma que La tumba india, es decir, un retorno a ese cine que, de niños, nos llevaba, montados a lomos de exóticos elefantes a vivir maravillosas aventuras donde los buenos siempre acababan ganando y los malos nunca se salían con la suya. Y Oriente y la India como misteriosos escenarios con sus Budas, sus templos, sus frondosas selvas, su opulencia y su miseria y el río, siempre el río, ese Ganges sagrado que tan majestuosamente filmó Jean Renoir y que Lang eterniza entre los colores del ensueño.
Sin embargo no acabo de asociar a Lang con este género de aventureras películas. Probablemente lo tengo más encuadrado en un cine de expresiones, de luces y sombras igualmente inquietantes, de perversidades y de universos un tanto kafkianos y barrocos. Parece como que este cine no le pega demasiado. Y de hecho las críticas en su tiempo tildaron estos dos films de películas de entretenimiento infantil y juvenil. Algo así como poco serias. Incluso se puso en tela de juicio la calidad de los efectos especiales, sin embargo el trabajo del director alemán es muy interesante con una fotografía magistral en unos paisajes que seguramente inspiraron los cuentos de las mil y una noches y en cuanto a los efectos, evidentemente no son los que vemos en la actualidad, pero tampoco hay que ser demasiado duro con ellos.
De nuevo resaltar la sensualidad de Debra Paget especialmente en sus bailes en honor a la diosa del templo. El resto de actores, un tanto desconocidos, cumplen.
Para finalizar, les diré, que puestos a elegir, me quedo con la segunda parte, La tumba india, que a diferencia del refrán popular, resulta probablemente mejor.
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