Problemas relacionados con el peso y la dieta hicieron que Laird Cregar, protagonista principal de esta película y tan desconocido como ella, muriese dos meses antes de su estreno. Corolario luctuoso y ciertamente macabro a una película francamente buena, Hangover Square, traducida curiosamente al castellano como Concierto macabro, de un director alemán revindicado por los seguidores de un género mezcla de terror y realidades envueltas en neblinas londinenses.
La coherencia de la historia contada es sin duda uno de los elementos que no pueden faltar en este tipo de films, so pena de quedar catalogado en otro género cinematográfico donde la fantasía, la irrealidad y en muchas ocasiones, una imaginación excesivamente desatada, se adueñan de los argumentos. No es el caso de Hangover Square que resulta perfectamente real y creíble aunque nuestros conocimientos y experiencias en materias freudianos no vayan más allá de los “test” de cultura general. La posibilidad de que determinadas frecuencias ruidosas sonoras desencadenen situaciones límites psicológicamente hablando, resulta creíble sin necesidad de doctorados en la materia. Y si no lo es, pues deberían inventar algo para que lo fuese. Queda dicha la base del argumento. Ahora, aquí, como en las pizzas, el secreto no solo está en la base sino también en la masa y en los ingredientes. Y los ingredientes son de primera calidad.
La pimienta, imprescindible en una pepperoni, la pone Linda Darnell, tan melosa como odiosa y de cuya interpretación he leído comparaciones con la de Ángel o Diablo de Preminger. Pues va a ser que no. Pero, lo hace bien y llegamos a odiarla por su descarnado engaño al inocentón de turno. La escena de presentación es todo un ejemplo de “frescos del barrio” mezclados y agitados con aquellas historias de la frivolidad que contaba Chicho Ibáñez Serrador. Linda es un poco o un mucho la Iran Eory de nuestras nocturnidades y es inherente, consecuente y subyacente, imaginar censores, tijera en mano a la caza y rotura de la película tan solo por su escena cabaretera, babas caídas de la audiencia. La imprescindible coherencia, algo así como la mozzarella o el orégano, la ponen Faye Marlowe como chica buena y enamorada de verdad y George Sanders, la cordura médico policial al servicio de la verdad y miembro de honor del club de la buena gente.
Y en la masa, la música excepcional de Bernard Herrmann, como no podía ser menos tratándose de una película que trata de músicas excepcionales y una fotografía de nota cum laude de Joseph LaShelle. Hay que verla y degustarla. Digerir incluso lo macabro. Sentir que el fuego, de alguna manera lo purifica todo. Y por último, darnos cuenta que un artista en su proceso creativo asciende hasta el umbral donde el juicio se va de copas con la locura.
La coherencia de la historia contada es sin duda uno de los elementos que no pueden faltar en este tipo de films, so pena de quedar catalogado en otro género cinematográfico donde la fantasía, la irrealidad y en muchas ocasiones, una imaginación excesivamente desatada, se adueñan de los argumentos. No es el caso de Hangover Square que resulta perfectamente real y creíble aunque nuestros conocimientos y experiencias en materias freudianos no vayan más allá de los “test” de cultura general. La posibilidad de que determinadas frecuencias ruidosas sonoras desencadenen situaciones límites psicológicamente hablando, resulta creíble sin necesidad de doctorados en la materia. Y si no lo es, pues deberían inventar algo para que lo fuese. Queda dicha la base del argumento. Ahora, aquí, como en las pizzas, el secreto no solo está en la base sino también en la masa y en los ingredientes. Y los ingredientes son de primera calidad.
La pimienta, imprescindible en una pepperoni, la pone Linda Darnell, tan melosa como odiosa y de cuya interpretación he leído comparaciones con la de Ángel o Diablo de Preminger. Pues va a ser que no. Pero, lo hace bien y llegamos a odiarla por su descarnado engaño al inocentón de turno. La escena de presentación es todo un ejemplo de “frescos del barrio” mezclados y agitados con aquellas historias de la frivolidad que contaba Chicho Ibáñez Serrador. Linda es un poco o un mucho la Iran Eory de nuestras nocturnidades y es inherente, consecuente y subyacente, imaginar censores, tijera en mano a la caza y rotura de la película tan solo por su escena cabaretera, babas caídas de la audiencia. La imprescindible coherencia, algo así como la mozzarella o el orégano, la ponen Faye Marlowe como chica buena y enamorada de verdad y George Sanders, la cordura médico policial al servicio de la verdad y miembro de honor del club de la buena gente.
Y en la masa, la música excepcional de Bernard Herrmann, como no podía ser menos tratándose de una película que trata de músicas excepcionales y una fotografía de nota cum laude de Joseph LaShelle. Hay que verla y degustarla. Digerir incluso lo macabro. Sentir que el fuego, de alguna manera lo purifica todo. Y por último, darnos cuenta que un artista en su proceso creativo asciende hasta el umbral donde el juicio se va de copas con la locura.
1 comentario:
Determinadas circustancias hacen que no tenga tiempo para leer los blogs que me gustan y este es uno de esos. Después, cuando tengo un ratito, se me acumula la faena. Me ha parecido muy interesante tu reseña de una comedia muda dirigida por el mago del suspense. Voy a intentar verla.
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