Sin duda Morocco llevaba el camino de ser una película de tópicos. Legionarios libertinos, maridos engañados y mujeres fáciles se dan cita en un escenario típica y tópicamente norteafricano con mulas inamovibles, zocos, bazares y salas de diversión con su paisanaje selecto al estilo Café Rick en Casablanca.
Un joven y un tanto imberbe Gary Cooper encaja bien en este mundillo. Vamos, que resulta creíble. Y por descontado Adolphe Menjou, gran actor con mucho oficio, que nos ofrece una excelente interpretación en su papel de solterón cincuentón y millonario con aficiones pictóricas a la par que playboy en sus ratos libres.
Un joven y un tanto imberbe Gary Cooper encaja bien en este mundillo. Vamos, que resulta creíble. Y por descontado Adolphe Menjou, gran actor con mucho oficio, que nos ofrece una excelente interpretación en su papel de solterón cincuentón y millonario con aficiones pictóricas a la par que playboy en sus ratos libres.
¡Ah! Pero los tópicos quedan absolutamente superados con la presencia impagable de Marlene Dietrich quien convierte una película más en una película diferente, atípica y atópica (permítanme la expresión). Marlene llena la pantalla y ¿porqué no decirlo? los ojos de los espectadores. Sus actuaciones en el cabaret son una gozada, su gesto dactilar de despedida una invitación a no marcharnos nunca y esa indecisión suya entre el ni contigo ni sin ti, es tan previsible como cautivadora de nuestras voluntades.
Y ello sin explayarnos sobre esas dotes femeninas que, aun en los tiempos que corren en que se ha visto de todo, dilatan nuestra pupila más allá de lo convencionalmente correcto.
No resulta extraño que Von Sternberg la convirtiese en musa de sus deseos y, gracias a las muchas películas rodadas con ella convirtiese en diosa de los escenarios a esta walkiria wagneriana cuya voz grave y su piel germánica destilan, incluso hoy en día, sensualidad por los cuatro costados.
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