Durante gran parte de la película me estuve preguntando ¿Dónde está el árbol de los zuecos?. Una vez localizado, cambié la pregunta ¿Qué importancia tiene ese árbol? y después de casi 3 horas de cine, se hizo la luz. El árbol de los zuecos es el símbolo de una época, donde los señores mantenían su "status" a costa del sudor de "sus" campesinos disponiendo de ellos a su antojo y arbitrio.
Esto no deja de ser una ligerísima aproximación a un film de mérito, realizado en unos años donde este tipo de cine parecía tener su momento. Recordemos sin ir más lejos Padre Padrone de los Taviani, premio Cannes 1977 o la propia Novecento de Bertolucci (1976), películas donde las tradiciones, los gozos, las sombras, y sobre todo, las penurias del campesinado, amen de su fuerza revolucionaria, trataban de hacerse un hueco en las conciencias alegres y confiadas.
Sin embargo, hay diferencias entre las películas citadas. Por un lado, Novecento recoge la ira justa de unos campesinos oprimidos política y socialmente, Padre Padrone refiere la fuerza inmovilista de unas tradiciones seculares que frenan cualquier avance y El árbol de los zuecos es un auténtico álbum de fotografías donde se conserva la instantánea de las rutinas diarias de unas familias normales a las que les pasan cosas tan normales que uno se figura que no les pasa nada.
Puro neorrealismo tardío, en la línea Rossellini o De Sica. Aunque, la realidad nunca es tardía. Y Olmi mas que cine de ficción realiza un documento histórico que, con seguridad, sorprenderá a aquellos espectadores presentes y, sobre todo futuros, que no conciban la vida sin un televisor o una lavadora. Seguramente encuadrarán El árbol de los zuecos en la categoría cinematográfica de la ciencia (o realidad) - ficción.
Buen ejemplo de un cine de compromiso social que el tiempo y los cambiantes gustos han arrinconado en cierta manera, pero que aún conserva gran parte de su fuerza gracias a la veracidad de sus vivencias y de sus denuncias.
Eso sí, tres horas son muchas horas.
Esto no deja de ser una ligerísima aproximación a un film de mérito, realizado en unos años donde este tipo de cine parecía tener su momento. Recordemos sin ir más lejos Padre Padrone de los Taviani, premio Cannes 1977 o la propia Novecento de Bertolucci (1976), películas donde las tradiciones, los gozos, las sombras, y sobre todo, las penurias del campesinado, amen de su fuerza revolucionaria, trataban de hacerse un hueco en las conciencias alegres y confiadas.
Sin embargo, hay diferencias entre las películas citadas. Por un lado, Novecento recoge la ira justa de unos campesinos oprimidos política y socialmente, Padre Padrone refiere la fuerza inmovilista de unas tradiciones seculares que frenan cualquier avance y El árbol de los zuecos es un auténtico álbum de fotografías donde se conserva la instantánea de las rutinas diarias de unas familias normales a las que les pasan cosas tan normales que uno se figura que no les pasa nada.
Puro neorrealismo tardío, en la línea Rossellini o De Sica. Aunque, la realidad nunca es tardía. Y Olmi mas que cine de ficción realiza un documento histórico que, con seguridad, sorprenderá a aquellos espectadores presentes y, sobre todo futuros, que no conciban la vida sin un televisor o una lavadora. Seguramente encuadrarán El árbol de los zuecos en la categoría cinematográfica de la ciencia (o realidad) - ficción.
Buen ejemplo de un cine de compromiso social que el tiempo y los cambiantes gustos han arrinconado en cierta manera, pero que aún conserva gran parte de su fuerza gracias a la veracidad de sus vivencias y de sus denuncias.
Eso sí, tres horas son muchas horas.
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