De vez en cuando, cuando sentimos que estamos empezando a aborregarnos y autocomplacernos, se hace imprescindible una buena inyección de cine oriental. Sus efectos son inmediatos. Mano de santo, se lo aseguro. A uno se le quitan los cansancios urbanos después de ver a esa chinita de 14 años caminando 2 kilometros o más todos los días, pértiga en hombros, para acarrear agua en dos pesados cubos desde el río Amarillo a su paupérrimo hogar. Y eso no es ficción. ¡Ya quisieran ellos!.
Voy más allá. Cuando discutimos, investidos de toda la “razón del mundo” sobre crisis económicas, precios abusivos, prestamos inexistentes e hipotecas inasumibles, deberíamos recordar que hay lugares del planeta donde las ceremonias nupciales se celebran con opíparos platos de pescado que entran por los ojos, puesto que, como son de madera tallada (el pescado, no los platos, aclaro) no hay otro sitio por donde puedan entrar. Y nosotros aquí, sentados ante nuestro PC, con nuestro IPOD, MP3, Móvil, etc, etc. diciendo o renegando ¡Que asco de vida ¡.
Les recomiendo ver esta película, ahora, eso sí, les advierto que esta inyección antiaborregamiento suele ir acompañada como efecto secundario de un cierto sopor derivado de las cancioncillas populares que el protagonista va recogiendo de aquí y de allá, para convertirlas en marchas soldadescas. Canciones amargas, nacidas de una realidad dura y eternamente inhóspita. Ahora bien, en este contexto de la cosecha musical, el film retrata una sociedad rural enclavada en el norte de China tan inamovible como las rocas sobre las que se asienta y cuya supervivencia depende de unas exiguas cosechas al albur de la gracia divina del Dios Dragón. Una sociedad que descubre por boca del oficial las maravillas del progreso comunista, las nuevas carreteras, las mujeres que aprenden a escribir, los hombres que saben coser, la esperanza de un futuro mejor.
Eso si. La acción se sitúa en los años 30. Ochenta años después, aquellos desiertos de piedra siguen implorando lluvias. Aquellas casas siguen invadidas de miseria. El río Amarillo sigue separando algo más de dos orillas y no se si aquellos pescados de madera seguirán desempolvándose todavía en cada celebración. Seguramente si, o similar. Y han sido 80 años de comunismo. Al contrario de otros muchos films con acentos críticos, la película no fue prohibida en origen. Tal vez los censores no la entendieron…
Y en absoluto estoy criticando un sistema político concreto. En todas partes existen desiertos de piedra con seres humanos luchando por una escueta supervivencia, llenos hasta la saciedad de promesas dadas por gobiernos de todo signo, pero que siguen estando igual de abandonados que hace cientos de años.
Voy más allá. Cuando discutimos, investidos de toda la “razón del mundo” sobre crisis económicas, precios abusivos, prestamos inexistentes e hipotecas inasumibles, deberíamos recordar que hay lugares del planeta donde las ceremonias nupciales se celebran con opíparos platos de pescado que entran por los ojos, puesto que, como son de madera tallada (el pescado, no los platos, aclaro) no hay otro sitio por donde puedan entrar. Y nosotros aquí, sentados ante nuestro PC, con nuestro IPOD, MP3, Móvil, etc, etc. diciendo o renegando ¡Que asco de vida ¡.
Les recomiendo ver esta película, ahora, eso sí, les advierto que esta inyección antiaborregamiento suele ir acompañada como efecto secundario de un cierto sopor derivado de las cancioncillas populares que el protagonista va recogiendo de aquí y de allá, para convertirlas en marchas soldadescas. Canciones amargas, nacidas de una realidad dura y eternamente inhóspita. Ahora bien, en este contexto de la cosecha musical, el film retrata una sociedad rural enclavada en el norte de China tan inamovible como las rocas sobre las que se asienta y cuya supervivencia depende de unas exiguas cosechas al albur de la gracia divina del Dios Dragón. Una sociedad que descubre por boca del oficial las maravillas del progreso comunista, las nuevas carreteras, las mujeres que aprenden a escribir, los hombres que saben coser, la esperanza de un futuro mejor.
Eso si. La acción se sitúa en los años 30. Ochenta años después, aquellos desiertos de piedra siguen implorando lluvias. Aquellas casas siguen invadidas de miseria. El río Amarillo sigue separando algo más de dos orillas y no se si aquellos pescados de madera seguirán desempolvándose todavía en cada celebración. Seguramente si, o similar. Y han sido 80 años de comunismo. Al contrario de otros muchos films con acentos críticos, la película no fue prohibida en origen. Tal vez los censores no la entendieron…
Y en absoluto estoy criticando un sistema político concreto. En todas partes existen desiertos de piedra con seres humanos luchando por una escueta supervivencia, llenos hasta la saciedad de promesas dadas por gobiernos de todo signo, pero que siguen estando igual de abandonados que hace cientos de años.
2 comentarios:
Llevas toda la razón. De vez en cuando hay que remover un poco esos cimientos blandengues en los que nos asentamos y mirar hacia tantísimo lugares donde cualquier desecho nuestro sería una joya para ellos.
Siento no haber visto esa película. De hecho no la conocía, buen motivo para verla es tu comentario.
Un abrazote.
Tienes toda la razón del mundo y eso es algo que pongo yo en prácitca muy a menudo, cambiar de estilo de películas (de libros, de música, de comics... menos de mujer, jejeje) para no agobiarme y poder ir oxigenándome. Me la apunto que no la he visto. Razón también tienes con lo de las musiquillas tradicionales (aunque tal vez sea peor ver una nuestra con esas canciones de copla en cada fotograma ;)
Saludos
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