La simbiosis de Marlene Dietrich con esos seres celestiales cuyo sexo siempre está en entredicho es absolutamente perfecta. Baste recordarla en El Ángel azul de Sternberg o en este Ángel de un rubio completamente seductor del mago de las comedias Ernst Lubitsch. Ambas películas retratan a la perfección el atractivo y la feminidad de una actriz capaz de hacer perder el oremus al profesor más cartesiano que podamos imaginar (Emil Jannings) y hasta al casanova más experimentado (Melvyn Douglas).
Aquí Marlene se despoja de aquel esmoquin masculino tipo Morocco que le otorgaba cierta ambigüedad andrógina e incluso de los uniformes militares tipo Navy sud-asiática con los que recalentaba el ambiente en Seven Sinners de Tay Garnett. Aquí pone los ojos más angelicalmente dulces que le recordamos. Los pone, evidentemente, porque los tiene pero también porque hay un señor que se llama Lubitsch que tiene muchas habilidades cinematográficas y entre ellas, sacar lo mejor de cada actor y actriz.
Y ahora hay que hablar de Lubitsch - ¿Cuantas veces lo habré hecho ya? - y de su maravillosa manera de entender el arte Lumière. No estamos probablemente ante su mejor trabajo, tal vez porque abunda más el tono drama que el tono comedia, lo cual significa ciertas trascendencias poco dadas a surrealismos, pero aun así estamos ante un film claro hijo de Lubitsch, donde los "fueras de plano" llaman a las puertas de nuestros centros neuronales para preguntarnos "¿Te estás dando cuenta de lo que va esto? ", y nosotros, apenas conseguimos balbucear un sorprendido " Si, claro..." mientras se rompen nuestros esquemas.
¿Qué esperamos un encuentro Ángel- Anthony , sorprendente y embarazoso? Pues no. Lubitsch le da un toque distinto simplemente con un retrato levemente girado. ¿Que no sabemos como les sentó la cena a los comensales? Lubitsch nos lo cuenta a través de los sirvientes como si fuesen adivinos que en lugar de concentrarse en los posos del café lo hacen en las sobras de los platos. Así Lubitsch nos lleva y nos trae, un tanto a su antojo, por uno de sus temas argumentales más "queridos", el aburrimiento matrimonial, la mujer brasa y sopla el diablo. Lo mismo que lo hace en Los peligros del flirt, Una mujer para dos o Lo que piensan las mujeres, solamente que con tintes algo más serios pero igualmente bien conseguidos y trabajados.
Herbert Marshall, especialista en maridos ocupados y aburridos (recuérdese El velo pintado), bien. Melvyn Douglas, entre seductor de Ninotchkas y marido idénticamente aburrido (Lo que piensan las mujeres), bien. Edward E. Horton, en un papel breve pero ajustado a su inigualable línea interpretativa, bien.
Pero Marlene... ¡Ay Marlene! Hermosa, sublime, femenina... Inigualable.
1 comentario:
¡Como me gusta la forma de contar las historias que tiene Lubitsch! Voy a seguir tus doce uvas, aunque no he podido ver la del mes de enero "Uno, dos, tres" de Billy Wilder. No soy supersticioso pero cruzo los dedos para que esto no me traiga mala suerte. Jajaja
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