Fritz Lang bebe de las fuentes de la cultura europea para ofrecernos una película que parece sacada del gótico medieval cuya oscuridad fue una de las constantes históricas del viejo continente.
No es casual que El séptimo sello de Bergman que retoma el argumento transaccional entre la Muerte y el género humano, tablero de ajedrez por medio, se ubique en la Europa de las cruzadas como tampoco se me figura extraño que aquel fáustico intercambio de vida por alma tuviese su original escenario en tierras germanas a mitades del s. XV.
La cultura del viejo continente está ahí, esperando cineastas capaces de plasmarlas en imágenes. Y ahí es donde aparece Fritz Lang para, sobre un guión de su esposa Thea von Harbou, rodar una de sus primeras películas, obra magistral que sedujo a Luis Buñuel y conquistó a Alfred Hitchock, directores europeos por excelencia.
Película de simbolismos, donde las vidas humanas son velas y sus llamas el aliento. Las llamas se extinguen inexorablemente y la transacción consiste en evitar que se apaguen a cambio de la vida de la persona amada. El amor probando su fortaleza frente a la muerte y Lang rodando. Rodando fantasías exóticas y orientales, destapando el frasco de las esencias cinematográficas, filmando los góticos secretos de las luces y las sombras y haciendo del cine ese vehículo mágico capaz de transportarnos a un mundo donde los caballos se agigantan y los ejércitos surgen de la nada.
Y todo ello sin efectos de ordenador y esas cosas. Artesanía pura. Chapeau.
No es casual que El séptimo sello de Bergman que retoma el argumento transaccional entre la Muerte y el género humano, tablero de ajedrez por medio, se ubique en la Europa de las cruzadas como tampoco se me figura extraño que aquel fáustico intercambio de vida por alma tuviese su original escenario en tierras germanas a mitades del s. XV.
La cultura del viejo continente está ahí, esperando cineastas capaces de plasmarlas en imágenes. Y ahí es donde aparece Fritz Lang para, sobre un guión de su esposa Thea von Harbou, rodar una de sus primeras películas, obra magistral que sedujo a Luis Buñuel y conquistó a Alfred Hitchock, directores europeos por excelencia.
Película de simbolismos, donde las vidas humanas son velas y sus llamas el aliento. Las llamas se extinguen inexorablemente y la transacción consiste en evitar que se apaguen a cambio de la vida de la persona amada. El amor probando su fortaleza frente a la muerte y Lang rodando. Rodando fantasías exóticas y orientales, destapando el frasco de las esencias cinematográficas, filmando los góticos secretos de las luces y las sombras y haciendo del cine ese vehículo mágico capaz de transportarnos a un mundo donde los caballos se agigantan y los ejércitos surgen de la nada.
Y todo ello sin efectos de ordenador y esas cosas. Artesanía pura. Chapeau.
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