viernes, 27 de febrero de 2009

EL PECADO DE CLUNY BROWN (ERNST LUBITSCH - 1946)


Lubitsch es, sobre todo, la comedia. Pero no cualquier clase de comedia, sino la comedia sofisticada. Abstenerse comedias soeces, chabacanas y burdas. Abstenerse también los exprimidos hasta la saciedad, gags de siempre, carreras, tropezones, tortazos, tartazos, etc. Lubitsch es la originalidad al poder, los diálogos inteligentes y el surrealismo más real que el cine ha ofrecido nunca. Y como super plus, el archifamoso toque Lubitsch, ese que necesita de la complicidad del espectador para surtir plenos efectos. El que habla sin decir, no porque le falten palabras sino porque una imagen, inteligentemente transmitida, vale por mil de ellas.


El pecado de Cluny Brown es una comedia inteligente para espectadores despiertos, inteligentes y que tengan intacta su capacidad de sorpresa. En ese sentido es una película intemporal que no envejece mal, simplemente porque no envejece. Una clase social aislada en su nube y cuyo sentido de la implicación en la realidad social consiste en escribir una carta al Times es un tema plenamente intemporal. Los convencionalismos y el culto a lo que está bien, a lo decente y al que dirán, sigue teniendo, aun en nuestros días, plena vigencia. Y lo mismo cabe decir, de uno de los leif motiv del film, el saber estar en su sitio, pero…¿Cual es ese sitio?. Si, milady. No, milady. No existir, no ver, no oír. No ser nada.


Quizás ese maravilloso cóctel que tan magistralmente prepara Lubitsch tenga unas gotitas menos de toque y unas gotitas más de crítica social. En cualquier caso el Bloody Brown es excelente, con una Jennifer Jones que nos convence en su papel de fontanerita de pocos vuelos y un Charles Boyer cuyos papeles de vividor, noble venido a menos, o similares, le quedan bastante bien. Y por encima de todo quiero resaltar los diálogos cuya ironía, mordacidad y surrealismo son únicos. Si me saben interpretar, les diré que recuerdan a los de los Marx. Claro que el surrealismo de Lubitsch es más elegante y comedido mientras que el de los Marx es un aluvión de absurdos imprevisibles.


Probablemente es de esas películas que hay que ver más de una vez, para captar todas sus profundidades, sus erotismos muy muy larvados, sus críticas sociales y todo lo que el director oculta bajo la apariencia de frivolidad alegre y confiada. Un detalle, me quedo con el “Sube” final de Charles Boyer. Imperativo. Vale. Ya está bien.






2 comentarios:

Gloria dijo...

¡Qué gran comedia! Lo mejor es que te acuerdas de algunos momentos y escenas y sólo las mamorias ya te alegran el día.

Boyer está de fábula y creo que tal vez sea uno de los mejores papeles de Jennifer Jones.

Aunque de lo que más me acuerdo es de los carraspeos de Una O'Connor... Esos secundarios de oro del gran cine clásico! En las películas de hoy hasta los que hacen de camarero al fondo de plano parecen salidos de un desfile de modelos... Tal vez sean más guapos, pero carecen de la gracia y el Talento de las Una O'Connor, los Donald Meek, Las Thelma Ritter... esos actoazos que podían estar en un rincón de la pantalla y robarle la escena a los bellos protagonistas.

Anónimo dijo...

no puedo estas mas de acuerdo con los comentarios.
comedia unica e irrepetible
por ponerle una pega quizas el final no acaba de explotar.....
pero se compensa por la totalidad de la genial obra