lunes, 3 de agosto de 2009

DOS EN LA CARRETERA (STANLEY DONEN - 1967)


No creo estar desvelando ningún secreto de sumario si les digo que Dos en la carretera no es ninguna “road movie” al menos en ese concepto unánimemente aceptado que lleva aparejado su “modus vivendi” muy particular y su libertad de espíritu. Es cierto que hay dos y que la cosa va de una carretera en singular, más tradicional, menos asfaltada y en una única dirección, la carretera de la vida, ese camino machadiano que se hace al andar y que si ya de por si es difícil recorrerlo sólo, hacerlo en compañía puede resultar una odisea. El que esa odisea encuentre a su Penélope al final del periplo o únicamente encuentre el sitio, depende de ambos caminantes. Ese es el sencillo mensaje de Stanley Donen en una película magistral que, si bien ha envejecido mal en las formas, sigue vigente con plenitud en un fondo absolutamente intemporal.

Seguro que lo consideran una perogrullada, pero sin Audrey seguro que el film no hubiese sido el mismo. Se que entienden lo que quiero decirles. Audrey está divina. Tan divina que no tiene el apodo porque se le anticipó la maravillosa Greta Garbo. Ella es la alegría, la vitalidad, la espontaneidad, la locura de los veinte años. Ella es la sensualidad hecha sonrisa. El contrapunto perfecto para un Albert Finney con todas sus cualidades sentimentales en la trastienda de su egoísmo. Ciego y pagado de si mismo, consigue enervar al espectador con sus absurdas preguntas de respuestas tan obvias como innecesarias. Audrey en cambio está en otra galaxia. La galaxia donde están las nueras preferidas de todas las madres. Perfecta hasta cuando se enfada. Fiel hasta en el engaño. Consecuente hasta en los absurdos. Siempre la necesaria cordura del pasaporte localizado.


Incluirla en la categoría de comedias románticas me parece insuficiente y desajustado. Es cine transcendente en clave de humor, porque las verdades matrimoniales del barquero siempre se digieren mejor con sonrisas que con lágrimas. Las sonrisas siempre traen esperanzas. Esa es la lectura que nos deja un Stanley Donen que al parecer había reflexionado de primera mano sobre la materia.


Yo, por si les vale, y sin querer pecar de romanticón (aunque la película me disculpará seguro) les dejo mi lectura: Un “Te quiero” tiene un valor infinito. Un “Te quiero” cada cinco minutos, reduce su valor en la misma proporción.



2 comentarios:

deWitt dijo...

Creo que "debilidad" es la palabra que mejor define lo que siento por este película que veo una y otra vez sin cansarme. ES escuchar los acordes de Mancini y me derrito, jeje!

Lo siguiente a la "debilidad" es lo que siento por Audrey, pero éste es un tema aparte.

Por cierto, maravillosos tus "instantes mágicos".

un saludo

ANRO dijo...

He dado un corto paseo por "Con el cine en los talones". Fue la curiosidad la que me trajo aquí al ver tu blog entre los que sigue una buena amiga.
Sin que esto suene a falso halago, me parece preciosa la forma en la que ofreces el comentario sobre una peli.
Me ha llamado la atención que utilizas afiches originales para el encabezamiento de algunos comentarios. La transparencia los delata. Yo también los he usado.
Pues nada, solo eso.
Un saludete.