El ídolo caído es un exponente
perfecto de cómo una cámara fotográfica es capaz de recoger y transmitir toda la
confusión psicológica que el mundo de los adultos puede provocar en una mente
infantil. Cada plano, cada secuencia, son auténticas brújulas que describen
perfectamente los derroteros por donde navega su pensamiento y, basándose en
ellos, Carol Reed construye una intriga cuyo resultado nos resulta a los
espectadores tan extraño e incierto como imprevisible es la reacción del niño
ante la rotura de sus más íntimos dogmas de fe, una fe ciega en su amigo y
aliado el mayordomo Birnes, “compañero del alma compañero”, convertido en ídolo
personal y elevado a las alturas por su desenfrenada imaginación.
Basada en una historia de Graham
Greene (bastante habitual con Carol Reed), la película refiere los momentos más
tensos de una rotura matrimonial vistos a través de la inocente mirada de ese
niño de clase acomodada y desatendido por sus padres a quien se le pide que forme
parte activa de una farsa que no comprende. Una farsa hecha de falsedades y
mentiras orquestadas desde una supuesta madurez y que, quebrados sus frágiles
pies de barro, acabará derribando mitos, ídolos, héroes e ilusiones.
No me extiendo más en la sinopsis para que puedan disfrutar al completo de una historia donde los espectadores intentamos ver la realidad desde la perspectiva de un chiquillo de apenas 8 años. Parece una tarea irrealizable pero no es así. La maestría de Carol Reed y la gran categoría profesional de un genio de la fotografía como Georges Perinal obran el milagro y dónde hubo una única acción, nosotros vemos dos, la real y la que ha visto el niño Phillipe. Y la película nutre su suspense de esas dos verdades, diferentes hasta el antagonismo… ¿Cuál se impondrá?
Excelente la interpretación de uno de los actores más notables de la filmografía británica, Ralph Richardson. Igualmente feliz la interpretación de la francesa Michele Morgan, cuyos ojos es siempre un lujo contemplar, Bien Sonia Dresdel dando vida y carácter a la señora Baines, ama de casa de la embajada francesa y finalmente punto y aparte para la sencillez y naturalidad de un niño que no había hecho nunca cine, que fue seleccionado desde la portada de un libro que su padre escribió sobre los refugiados franceses en Inglaterra, y que gracias a un minucioso y delicado trabajo de Carol Reed nos ofrece una de las actuaciones más naturales e inolvidables que he visto nunca: Bobby Henrey.
Puntuación: 8,00
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