Un espíritu libre como el de Odets no encajaba bien en Hollywood donde trabajó en la década de los 40 y el resultado fue la ruptura total y su regreso a Broadway con una obra donde quedaba claramente de manifiesto su descontento con un sistema mercantilista que anulaba sus capacidades artísticas. Su libro contenía además un ácido y descarnado retrato de los magnates de la industria cinematográfica, siendo unánime la opinión de que, entre los retratados, salían, no muy favorecidos precisamente, Louis B. Mayer de MGM y Harry Cohn de Columbia Pictures, e incluso parece que el propio título (The big knife, La podadora) hace una clara alusión a un mundo, el de las películas, donde todo se compra y se vende y donde todos parecen tener un precio. La propia expresión “podadora” evoca aquella otra de “títere sin cabeza” lo cual me parece bastante ilustrativo en el contexto al que se dirige.
La firma de un nuevo contrato por 7 años entre un actor de éxito y su productora desencadena una serie de situaciones tensas que ponen en riesgo la vida personal y matrimonial de una superestrella de la pantalla grande. Los oscuros intereses de todo un conjunto de personajes (o personajillos) al servicio de los grandes “boss” y de estos mismos, se nos muestran flotando en un líquido ya de por si turbio al tiempo que dibujan una historia donde el dinero, el poder y hasta el homicidio tienen su lugar de encuentro.
La actuación de Jack Palance como Charles Castle es absolutamente notable, de las mejores que le recuerdo, aunque físicamente no dé la imagen de guaperas de las matinés neoyorkinas. Por su parte, Ida Lupino, como su esposa, está espectacular y en esa línea a la que nos tiene acostumbrados. Mención aparte para Rod Steiger como productor, ejemplarizando la imagen que se espera de él, la de un ser odioso al que únicamente mueven el dinero y la borrachera del poder. La elección del resto del reparto es especialmente adecuada en Wendell Corey y Everett Sloane. Punto y aparte con mayúsculas para la breve aparición de Shelley Winters.
Para mi gusto a la película le sobra teatralidad. Reconozco que está bien llevada y que de esta forma los diálogos mantienen su fuerza con una integridad que, seguramente, no se conseguiría con un ritmo menos estático, pero teatro y cine son dos medios comunicativos muy diferenciados que precisan de lenguajes distintos para acabar diciendo lo mismo. Con esta salvedad, que puede gustar o no, debo calificar este trabajo de Robert Aldrich (y por no ser injusto, de Clifford Odets) de altamente recomendable.
Puntuación: 8,80
1 comentario:
No me parece ni mucho menos de las mejores de Aldrich. Coincido en su "teatralidad", en su falta de ritmo cinematográfico. Demasiado acartonada. Y es raro en este cineasta. Saludos.
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