Cary Grant cumplidos los 40 encuentra en el personaje de Ernie Mott una oportunidad para evitar el encasillamiento al que parecía conducirle su carrera. Con honrosísimas excepciones como Sospecha (Alfred Hitchcock, 1941) sus películas eran, en su mayoría, exponente de una comedia generalmente fácil y romántica muy al gusto de los espectadores y donde la figura de Grant tenía un lugar de privilegio. El cambio resultó chocante y no consiguió la aceptación popular a pesar de un excelente trabajo interpretativo que le condujo, muy justamente, a su segunda nominación al Oscar como mejor actor. El proyecto resultaba apasionante para el actor y un gran reto para el guionista-director Clifford Odets (cuyas experiencias en Hollywood podemos conocer un tanto superficialmente siguiendo la película The big knife dirigida por Robert Aldrich) al tener que ajustar un actor de 40 a un personaje de 18-20, por muy Cary Grant que se llamase.
“Un corazón en peligro”, basada en una novela de Richard LLewellyn autor también de “¡Que verde era mi valle!” es una película claramente marcada por las dos contiendas mundiales y que se ambienta no en los ambientes sofisticados de la City sino en el ambiente cockney del Londres más pobre, o lo que es igual, los bajos fondos del East End londinense. Allí conviven en difícil armonía la criminalidad local y las desesperanzas de la gente buena y humilde resignada una suerte inexorablemente adversa y es allí mismo donde se representa el drama personal de Ernie Mott un joven independiente y de espíritu libre a quien la vida, cruda y despiadada, coloca en ese punto crucial donde los caminos se bifurcan y hay que optar entre la libertad soñada y una realidad que encarcela las ilusiones. La grave enfermedad de su madre (Ethel Barrymore) es el detonante de una serie de acontecimientos a través de los cuales Ernie trata de encontrar su propio destino sin perder su coherencia personal.
A mi parecer, la esencia del film se contiene en lo expuesto. Los hechos que se tejen alrededor de esa búsqueda de sí mismo resultan decisorios en la medida que condicionan el resultado final. Ahí están sus dubitativas aproximaciones a la delincuencia o la búsqueda de un amor que conmueva sus fibras más profundas. Ahí esta su rechazo a la rutina de reabrir una y otra vez los mismos surcos, a ese amor civilizado que cantaba Sabina, a la riqueza que se alimenta de la pobreza (la escena de la mujer que empeña su pajarito es absolutamente solemne) y en definitiva a todo aquello que signifique rendir las armas de su juventud ante una realidad que no se doblega. En todo ello está el verdadero mensaje del film. La aventura sentimental con la ex mujer de un mafioso local, su participación en el robo a los pequeños comerciantes locales o incluso la vida en el West End con las pequeñas historias de sus convecinos son solo el paisaje para una batalla, la de la supervivencia de un corazón que peligra en territorio hostil. Si hacemos del paisaje el argumento principal nos equivocaríamos y la película perdería todo su sentido.
Punto y aparte para la interpretación de esa señora de la escena cuyas apariciones en la pantalla grande se hacían desear más de lo conveniente dada su predilección por las candilejas teatrales. Ethel Barrymore está soberbia en su papel de “Ma” y su Oscar a la interpretación femenina merecidísimo. Honor y gloria para la familia Barrymore. June Duprez, Jane Wyman y Barry Fitzgerald conforman un trío de lujo para un film que, al contrario de aquellos a los que nos tenía acostumbrados Cary Grant, ofrece mucho para reflexionar. Quizás por ello no acabó cuajando. La audiencia, especialmente la mas devota, suele preferir las digestiones fáciles.
Una referencia final para Clifford Odets quien, en su primer trabajo como realizador, le faltó experiencia para transmitir la fuerza del mensaje y otra para Cary Grant que, se diga lo que se diga, no aparenta la adolescencia que se le supone. Pero le pone ganas y lo intenta. Eso si.
Puntuación: 7,6
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