De vez en cuando me gusta regalarme “una de romanos” o “peplum” como en general se denomina a este cine histórico o pseudo-histórico. Claro que, a veces los regalos “salen rana” como aquellos huevos de chocolate con sorpresita dentro y el niño llorando porque la del otro niño es mejor que la suya. Cosas de las sorpresas, evidentemente.
Y esto es lo que ha sucedido con El triunfo de los diez gladiadores, tercera entrega de una trilogía que, válgame Dios, tiene sus adeptos. E incluso he encontrado en Internet quien dice que terceras partes fueron buenas. ¡Cómo serán las dos anteriores!. Lo cierto y verdad es que la película de Nick Nostro es un atentado contra la salud mental y lo mejor que podemos hacer es escurrir el bulto y dedicarnos a otras cosas. Que el tiempo es oro y no debemos dilapidarlo.
Pensando en positivo me ha servido para delimitar la zona oscura y prohibida a la que no debo acercarme so pena de ser declarado reo de idiotez, pena que se castiga con la repetición hasta la saciedad de todos y cada uno de los gestos con que los gladiadores hieren nuestra sensibilidad. Y no es una película X. No. Ni siquiera de serie B ni Z. No hay letras para catalogarla. Por no tener ni tiene una fémina adecuadamente sugerente, lo cual hubiese alegrado un poco. A menos que en la versión italiana, a diferencia de la española, hubiesen aligerado las vestimentas por exigencias del guión. Aquí en “Spanish different” la cosa va de partos, de castidad espartana y de ropas de esparto. Ya me entienden. En todo caso quiero suponer que el disfrute (¿cuántas comillas le pongo a la palabra disfrute?) sería para las damas, tanta cacha brillando al linimento...
¿Contarles el guión? ¡Si ya lo conocen!... Musculitos, pressing catch, lucha libre americana, y la reina Maloya. ¡Con ese nombre que esperaban...!
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