Parece como si todo sucediese en esa indefinible franja temporal que separa la noche del día. En ese instante donde mueren los sueños y se despiertan las realidades cotidianas. Es algo así como la hora Melville, la misma en la que cobrarían existencia los personajes de Le doulos. Montmartre se eleva al cielo, Pigalle desciende a los infiernos, y en el tránsito Bob le Flambeur, recogiéndose pero siempre dispuesto al último cigarette y a la última partida, esa que pone la puntilla a una noche aciaga.
Vengo a recordar aquellas letras de Serrat, "camina sobre el bien y el mal, con la cadencia de su vals, mitad juicio y mitad mueca burlona". Aristocracia y tronío. Quizás la orden de la legión de honor que le dio la República francesa. Un buen tipo ese Bob, pero claro, hasta los buenos tipos tienen su precio y 800 millones de francos por muy inflacionados que estén, es una bonita cifra de las que hacen perder el oremus y hasta la vergüenza.
Y hablando de vergüenzas, uno se detiene a repasar el año de realización del film: 1956. Y se pregunta aquello de ¿Qué hiciste en la guerra papi? o lo que es lo mismo ¿en qué convento de las ursulinas andaba yo metido? Es evidente que todavía no eran los tiempos de arremangarse en Perpignan bailando ese tango, que aquello hubo que dejarlo para el 72 y siguientes, pero mientras Paris era una fiesta con Annes dando vueltas en moto, "coming baby" y runruneando, barriguita dentro y pechos afuera, bajo las sábanas, España era la exposición universal de fajos, refajos y otras fiestas de guardar. O sea que, lo de Paris, el oh la la, las francesitas y el amor libre, estaba más cerca de la realidad que del mito y que la cosa pintaba bien, por mucho que se empeñasen en lo contrario los Torquemadas de turno, celosos guardianes de nuestra salvación divina.
Me doy cuenta de que no estoy hablando de cine o lo que es lo mismo estoy hablando de Melville. El mismo Melville que retrató en el sepia más real la resistencia francesa y que aquí realiza un film negro alejado de los esquemas al uso y donde los principios de la ética encuentran acomodo en las nocturnidades del hampa parisiense. Ese Bob que ayuda a la propietaria del night club, que se hermana con un policía o detesta a los proxenetas es un personaje con la singularidad de lo real y con la limpieza de la sordidez.
Pero..."es caprichoso el azar" (Serrat, dixit) y sino que se lo pregunten a Bob le flambeur. No teman, no desvelaré nada. Melville no me lo perdonaría y cada vez estoy más convencido que Melville era mucho Melville.
Vengo a recordar aquellas letras de Serrat, "camina sobre el bien y el mal, con la cadencia de su vals, mitad juicio y mitad mueca burlona". Aristocracia y tronío. Quizás la orden de la legión de honor que le dio la República francesa. Un buen tipo ese Bob, pero claro, hasta los buenos tipos tienen su precio y 800 millones de francos por muy inflacionados que estén, es una bonita cifra de las que hacen perder el oremus y hasta la vergüenza.
Y hablando de vergüenzas, uno se detiene a repasar el año de realización del film: 1956. Y se pregunta aquello de ¿Qué hiciste en la guerra papi? o lo que es lo mismo ¿en qué convento de las ursulinas andaba yo metido? Es evidente que todavía no eran los tiempos de arremangarse en Perpignan bailando ese tango, que aquello hubo que dejarlo para el 72 y siguientes, pero mientras Paris era una fiesta con Annes dando vueltas en moto, "coming baby" y runruneando, barriguita dentro y pechos afuera, bajo las sábanas, España era la exposición universal de fajos, refajos y otras fiestas de guardar. O sea que, lo de Paris, el oh la la, las francesitas y el amor libre, estaba más cerca de la realidad que del mito y que la cosa pintaba bien, por mucho que se empeñasen en lo contrario los Torquemadas de turno, celosos guardianes de nuestra salvación divina.
Me doy cuenta de que no estoy hablando de cine o lo que es lo mismo estoy hablando de Melville. El mismo Melville que retrató en el sepia más real la resistencia francesa y que aquí realiza un film negro alejado de los esquemas al uso y donde los principios de la ética encuentran acomodo en las nocturnidades del hampa parisiense. Ese Bob que ayuda a la propietaria del night club, que se hermana con un policía o detesta a los proxenetas es un personaje con la singularidad de lo real y con la limpieza de la sordidez.
Pero..."es caprichoso el azar" (Serrat, dixit) y sino que se lo pregunten a Bob le flambeur. No teman, no desvelaré nada. Melville no me lo perdonaría y cada vez estoy más convencido que Melville era mucho Melville.
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