Marlene Dietrich es nuestra Lilí por excelencia. Lilí Marlene y Shanghai Lilí la acreditan. Y aunque es plenamente cierto que el título de Lilí mayor del reino cinematográfico exige más de una película, Marlene lo tiene más que merecido. Y para aquellos que aún recelen de tantas alabanzas, les recomiendo un juego gramatical, cambien las vocales y mantengan las consonantes. Con pocas dificultades obtendrán el nombre de un ángel azul, Lola, perdición de profesores carpetovetónicos con canas por airear. Y de ahí a la loa (otro jueguecito) no hay mas que un paso.
Para ganarse el apelativo de Shanghai Lilí necesitó también más de uno, no films, sino hombres como ella misma reconoce a su amor, amante, perdido y encontrado. “¿Has pensado mucho en mi Doc?”. “¿Cuánto tiempo ha pasado?” Genial. La vida compendiada en una respuesta. Todo lo demás, el resto de la proyección bascula sobre esta respuesta. ¡Ah! y también sobre un reloj. Ella, mujer, sabe. Él, hombre, cree saber, y solo nosotros, sabemos, que los vientos soplan inexorablemente en una misma dirección. Es la crónica de un final anunciado que, aunque podría haber sido distinto para alabanza de las originalidades de su director, se queda, virgencita, como está. Que está bien, muy bien, con una Marlene que, a diferencia de la mayoría de sus trabajos, muestra fortalezas pero se vislumbran perfectamente las debilidades. Y por ello la sentimos más humana y en la misma medida, más cercana.
Esta película es un mimo de von Sternberg a su diva. Un capricho para su lucimiento. La fotografía la acaricia y la humaniza. Las manos juntas en plegaria dicen mucho mas que las parrafadas del guión. “Tiemblo porque me has tocado”. ¡Que lejos queda Lola Lola! ¡Que lejos queda la Shanghai Lili costera!. ¡Que lejos quedan los hombres que necesitó para cambiar de apellido!...
Todo ello rodeado del exotismo natural de una China donde el tiempo carece de importancia, donde todo parece girar alrededor de un plato de arroz hasta que un día se descubre que el arroz gira alrededor de la revolución. Y con una comunidad internacional (los americanos con sus apuestas, el alemán con su invalidez, el francés con sus secretos, etc.) algo, pero no demasiado, tópica. Stemberg lo retrata con magisterio, con el ritmo adormecedor de un expreso donde las clases sociales se juntan sin revolverse. “Un billete de primera clase, por favor”, lejos de la chusma y de las mujeres de vida frívola con gramófono incorporado, aunque se llamen Marlene o Anna May Wong..
Una película imprescindible.De esas que recién terminada de ver se rebobinan para un vuelta a empezar imprescindible para el paladeo. Como los vinos. Bouquet. Buen paladar. Afrutado. Envejecido en barrica de celuloide del bueno. Denominación de origen Josef von Sternberg.
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