Films como éste se prestan con facilidad a muy distintas lecturas. Por una parte está la línea argumental principal: Los caminos de la experimentación médica como única alternativa de curación y sus imprevisibles consecuencias. Agarrarse a un nuevo fármaco como a un clavo ardiendo. Algo así como el riesgo o la vida. Pero hay otra línea subyacente: Esa desinhibición enfermiza de los prejuicios personales y sociales que deja asomar verdades tan íntimas como cuestionables.
Ambas líneas son correctas y Nicholas Ray las traza perfectamente con la ayuda de un gran actor James Mason quien además colaboró en el guión, especialmente en su primera media hora. Pero es cierto y verdad que aquellos que buscan en Ray rebeldías sin causa, se sienten más a gusto en esa revisión de las basuras sociales donde se entreven connotaciones nazis y totalitaristas, mientras quienes digerimos la propuesta de Ray desde la literalidad con que se formula, nos detenemos más en las consecuencias personales y familiares del mundo de las drogas y en la propia locura, antes que en el análisis de sociedades aparentemente hipócritas que esconden bajo maquillajes de pura democracia las arrugas seculares de la intolerancia.
Con sus dosis melodramáticas tipo Douglas Sirk y una buena fotografía la película es un magnífico exponente de ese cine que, mas allá de su planteamiento-nudo-desenlace, abre debates y posibilidades de exploración. Sin embargo hay que adentrarse en ellas con muchísima cautela. Las generalizaciones son siempre odiosas. Y absolutamente tenue la línea que separa unos principios éticos fuertes de la locura y el genocidio nazi.
Ambas líneas son correctas y Nicholas Ray las traza perfectamente con la ayuda de un gran actor James Mason quien además colaboró en el guión, especialmente en su primera media hora. Pero es cierto y verdad que aquellos que buscan en Ray rebeldías sin causa, se sienten más a gusto en esa revisión de las basuras sociales donde se entreven connotaciones nazis y totalitaristas, mientras quienes digerimos la propuesta de Ray desde la literalidad con que se formula, nos detenemos más en las consecuencias personales y familiares del mundo de las drogas y en la propia locura, antes que en el análisis de sociedades aparentemente hipócritas que esconden bajo maquillajes de pura democracia las arrugas seculares de la intolerancia.
Con sus dosis melodramáticas tipo Douglas Sirk y una buena fotografía la película es un magnífico exponente de ese cine que, mas allá de su planteamiento-nudo-desenlace, abre debates y posibilidades de exploración. Sin embargo hay que adentrarse en ellas con muchísima cautela. Las generalizaciones son siempre odiosas. Y absolutamente tenue la línea que separa unos principios éticos fuertes de la locura y el genocidio nazi.
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