¿Película propagandística tipo "Nosotros somos los buenos y ellos los malos"? Es posible. Tan posible como que desde el otro bando se impartiesen consignas similares. Bien, pues en ese género de cine propagandístico, la película obtiene mención de honor, diploma cum laude y todo lo que ustedes quieran, y no solo por la interpretación de ese ACTOR que se hizo hombre para poder interpretar (Charles Laughton) sino por la propia película, aunque le pese a quienes la tildan de panfleto oportunista.
No he vivido la guerra. Ninguna guerra. Mis conocimientos de la II Guerra Mundial se limitan, por tanto, a lo leído en publicaciones históricas y a lo visto en documentales de canales temáticos. Y lo que se muestra en Esta tierra es mía, es plenamente coincidente con todo ello. Todo el mundo tiene derecho a expresar sus opiniones pero las verdades del barquero están ahí, inmortalizadas en celuloide para recuerdo de los olvidadizos y para que no seamos tan torpes como para cometer los mismos errores.
Dicho esto, anticipo que voy a valorar esta película con un 10. De ese 10, Laughton se lleva la parte del león. Las posibilidades interpretativas de este hombre superaban con creces todo lo imaginable. Lo recuerdo en Testigo de Cargo, en La Posada de Jamaica, en Esmeralda la Zíngara, en El sospechoso o en Rembrandt y me descubro. Pero aquí ya no quedan sombreros por alzar. Entre la escena del refugio junto a Una O´Connor con sus miedos patéticos y la "panfletaria" pero imprescindible escena final, Laughton nos ofrece una variedad de registros, todos y cada uno con ese magisterio solo al alcance de los más grandes. Enorme, Laughton.
Bastantes puntos para Maureen O´Hara, bella y, sobre todo, profesional, en un papel complicado al que da vida y personalidad propia. Maravillosa, en su estilo, Una O´Connor. En su línea "odiosa" George Sanders. Sobresaliente para los demás. Pero buena parte de la nota se la otorgo a Renoir con mención especial para el guión de Dudley Nichols. Y es que Renoir no está filmando una simple historia. Renoir traduce a imágenes un libro de ruta imprescindible para la humanidad. Y lo hace desde la cobardía. Pero también desde la dignidad y la madurez y desde la valentía de la verdad.
Gracias a esos valores recogidos en el Manifiesto de los derechos humanos, la sociedad ha ido evolucionando en positivo. Y una de las consecuencias de esa evolución amparada por un sistema de libertades, es que, al día de hoy, existan generaciones que encuentren trasnochada esta película. Ojalá, la sigan encontrando trasnochada por mucho tiempo.
No he vivido la guerra. Ninguna guerra. Mis conocimientos de la II Guerra Mundial se limitan, por tanto, a lo leído en publicaciones históricas y a lo visto en documentales de canales temáticos. Y lo que se muestra en Esta tierra es mía, es plenamente coincidente con todo ello. Todo el mundo tiene derecho a expresar sus opiniones pero las verdades del barquero están ahí, inmortalizadas en celuloide para recuerdo de los olvidadizos y para que no seamos tan torpes como para cometer los mismos errores.
Dicho esto, anticipo que voy a valorar esta película con un 10. De ese 10, Laughton se lleva la parte del león. Las posibilidades interpretativas de este hombre superaban con creces todo lo imaginable. Lo recuerdo en Testigo de Cargo, en La Posada de Jamaica, en Esmeralda la Zíngara, en El sospechoso o en Rembrandt y me descubro. Pero aquí ya no quedan sombreros por alzar. Entre la escena del refugio junto a Una O´Connor con sus miedos patéticos y la "panfletaria" pero imprescindible escena final, Laughton nos ofrece una variedad de registros, todos y cada uno con ese magisterio solo al alcance de los más grandes. Enorme, Laughton.
Bastantes puntos para Maureen O´Hara, bella y, sobre todo, profesional, en un papel complicado al que da vida y personalidad propia. Maravillosa, en su estilo, Una O´Connor. En su línea "odiosa" George Sanders. Sobresaliente para los demás. Pero buena parte de la nota se la otorgo a Renoir con mención especial para el guión de Dudley Nichols. Y es que Renoir no está filmando una simple historia. Renoir traduce a imágenes un libro de ruta imprescindible para la humanidad. Y lo hace desde la cobardía. Pero también desde la dignidad y la madurez y desde la valentía de la verdad.
Gracias a esos valores recogidos en el Manifiesto de los derechos humanos, la sociedad ha ido evolucionando en positivo. Y una de las consecuencias de esa evolución amparada por un sistema de libertades, es que, al día de hoy, existan generaciones que encuentren trasnochada esta película. Ojalá, la sigan encontrando trasnochada por mucho tiempo.
2 comentarios:
Vaya, me estoy unas semanas bastante desconectada del tema bloguero por cuestiones laborales, y hoy voy y me encuentro con que me hace una reseña de, bueno, mi película favorita!
Imagino que ahora puede comprender que esta fue la película que me convirtió en Laughtoniana ;D
Mucha gente (y entre ellas yo) piensa que este no es un film de propaganda al uso. No tenemos héroes de carton piedra a los que les rebotan las balas, sino heroes que sufren, sangran, dudan, se mean encima del miedo, o mienten a sus seres queridos. Los "malos", por el otro lado, tampoco el colaboracionista Sanders o el Nazi Slezack, son personajes unidimensionales: Sanders nos muestra un tipo que en un momento dado, duda y se arrepiente. El coronel nazi es un tipo leido, diplomático, seductor... lejos del típico bestiajo-zoquete que en otros filmes se pasaría todo el rato pegando gritos: "¡¡Rauss!!" "¡¡Subanestrujenbajen Verboten!!"
Renoir, el humanista, nos ofrece las razones por las que los pueblos se someten a la ocupación, y que muchas veces van más allá del hecho de ser invadidos por un ejército, porque, como se comenta en la película, ya están invadidos por dentro.
El biógrafo Simon Callow se pregunta si Laughton no escogió la escena del refugio antiaéreo para exorcizar sus experiencias en la anterior guerra mundial (en la cual Charles y sus compañeros eran bombardeados con frecuencia -pero sin la posibilidad de ponerse a cubierto! Oo).
Me parece significativo que Renoir inicie el film alrededor de uan estatua-memorial a los soldados que perdieron su vida en la anterior gran guerra. me pregunto como veteranos de ese conflicto (como lo eran Renoir o Laughton) se sentirían viendo que "La guerra que acabaría con todas las guerras" no fue tal. Tal vez en esta película encontremos sus respuestas.
Gracias Gloria por tus comentarios siempre enriquecedores.
Comprendo que si viendo esta película uno no se hace laughtoniano, ya no se hace nada en esta vida.
Aclaro que si he centrado parte del post en el tema propagandístico y panfletario ha sido motivado por bastantes comentarios leidos en Filmaffinity, cuyos autores me parece que no han comprendido del todo de que va la cosa.
La película tiene más, evidentemente. Mucho mas. Ese contraste entre la estatua homenaje al soldado desconocido y las tropas invasoras alemanas. Esas hojas arrancándose de los libros, como mutilaciones de la vida de toda una sociedad. Esas dos declaraciones de amor maravillosas, una tácita al otro lado de una puerta y la otra explícita, en un estrado judicial. Esas lágrimas de arrepentimiento. Ese grito desgarrador tras los barrotes.
No suelo dar los 10 con alegría. Pero esta película se lo merece porque va más allá, porque se nos incrustra allí donde se forjan nuestras madureces...
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