viernes, 3 de julio de 2009

LA ESPADA DE LANCELOT (CORNEL WILDE - 1963)



Cornel Wilde, de quien ya he comentado en este blog su vertiente directora, en la excelente The naked prey (1966), ya se había puesto al frente de un proyecto sobre los caballeros de la Tabla Redonda, el rey Arturo y lo que podemos denominar la edad de Camelot en el año 1963 y el resultado fue La espada de Lancelot (Lancelot and Guinevere). Hay que decir que Wilde era algo así como la novia en la boda y el niño en el bautizo, es decir, estaba en todas partes, director, actor, productor e incluso colaboró en el diseño de los títulos de crédito. Muy meritorio, pero claro, la falta de respaldo de alguna Major, se acaba notando, especialmente en películas de este calado, con muchos extras que dirigir, amplios escenarios y batallas a las que hay que tratar de infundir un mínimo de credibilidad. A lo que hay que sumar una historia entre mito y realidad, suficientemente conocida del gran público, al menos por lo que hace a sus líneas fundamentales, y que, por eso mismo, resulta ciertamente "intouché" y poco dada a frivolidades de la imaginación.


Wilde enfrenta la cuestión no desde la óptica mágica, como en otras versiones tipo Excalibur, ni desde las puras y duras contiendas medievales, ni siquiera desde la absoluta concordancia histórica, lo cual, bajo mi punto de vista, no resulta imprescindible. Lo hace desde la intimidad del engaño amoroso, desde los cuernos en los cascos vikingos, desde una especie de cuentos de Canterbury (versión británica del Decamerón), eso sí muchísimo más light y salpicado de esas indispensables batallitas medievales tan necesarias para mantener la integridad del territorio como para enfriar la fogosidad de los contendientes.

Sin embargo el problema no reside en el enfoque dado a la historia por Wilde, sino en otros aspectos tales como elección de actores con edades evidentemente distintas a las de los personajes qu
e tratan de dar vida (es el caso de Jean Wallace como la reina Ginebra). En este punto hay que decir que Jean Wallace era la esposa de Wilde en la vida real y que colaboró con él en muchos de los films realizados por éste. Tampoco la fotografía ayuda demasiado, desmereciendo paisajes y escenas que con otros enfoques y cromatismos hubiesen ayudado a la digestión del film. La sobreactuación de los personajes en algunas escenas, la previsibilidad de sus comportamientos y un cierto aire de función de fin de curso, por evidentes carencias presupuestarias, desfiguran bastante un trabajo de Cornel Wilde que inicialmente prometía. No en vano, las escenas de guerra se apartan de los tópicos de espadachines danzarines tipo Scaramouche, y muestran gañanes hechos y derechos partiéndose el hombro de un tajo de espada manejada con la técnica de la fuerza bruta. Pero claro, ver un soldado, aparentemente fuera de cámara, fumando un cigarrillo pues, como que dan ganas de decir, "marchando una de pinchitos..." eso sin contar los baños erótico-campestres tipo Palmolive.



1 comentario:

Pepe del Montgó dijo...

Comentas unas películas que seguramente he visto pero que no recuerdo. En todo caso me despiertas el gusanillo para verlas otra vez.