Hay películas que te dejan descolocao. Primero te preguntas ¿Qué hace un tipo como tú en un sitio como este? y acabas flagelándote con cilicios que te dejan marcado en los espaldares: “¡No lo volveré a hacer más!”. Y ni siquiera te quedan ganas, después de expiar adecuadamente los pecados, de escribir siquiera una advertencia para otros que pudieran estar en la inmediata agenda de trabajo de la aciaga fortuna.
Estoy hablando de Dead End ó traducido a uno de los idiomas patrios: Atajo al infierno. Tomen nota del título y no vayan diciendo por ahí que no les advertí. El consumo de películas como ésta puede dañar la sensibilidad del espectador además de ser perjudicial para la salud, tanto de la suya propia como de quienes tiene a su alrededor, muy en especial en el caso de niños y mujeres embarazadas.
Seguro que habrá quien califique la película de obra de culto. Cuando las valoraciones oscilan entre el bodrio más absoluto y la crème de la crème, siempre encontramos quien, desde un plano superior al resto de la especie, infravalora al homo sapiens común relegándolo a la subespecie de los primates cuando sus planteamientos cinéfilos difieren de los suyos. Muy bien. Por ello no discutiremos. Cada sabio con su tema, ó cada loco si lo prefieren. Libertad, libertad, sin ira, libertad… Pero puestos a elegir, prefiero esos clásicos entrañablemente míos a modernidades surgidas de sacacorchos retorcidos que algunos llaman mentes.
Porque, esta pareja de directores franceses no se muy bien lo que quisieron hacer, tal vez dar forma a una leyenda urbana (extrañas mujeres en curvas de carreteras) ó plasmar en celuloide pesadillas post-canuteras. O ambas cosas. Y algunos los llaman geniales. Y para otros, no tienen nombre. Son mercachifles de pócimas curalotodo inmundas y disfrazadas de piedras filosofales, que se creen descubridores de la luna y hasta del toro, y lo que es peor, que intentan que los demás nos lo creamos.
Porque, aunque eso de que la vida y la muerte se solapan sea una idea demasiado manida, ellos tratan de darle originalidad a base de una mezcla no agitada de comedia y terror lo cual, en su justo término, puede aceptarse. Pero cuando las lindes se superan y la vida y la muerte se visitan entrecruzándose mutuamente (papeles de los muertos recogidos por los vivos ó Mudanzas El Infierno de visita turística en el Live World) pues, la verdad, eso ya atenta a mi dignidad mental como ser humano. Y claro, debe quedar fatal asumir que no se entiende nada... Tal vez quede fatal. No lo entiendo. Tal vez, es que no hay nada que entender. Tal vez las mentes se habían calentado en exceso con tanto porrete. Tal vez iban de listillos. O similar.
Estoy hablando de Dead End ó traducido a uno de los idiomas patrios: Atajo al infierno. Tomen nota del título y no vayan diciendo por ahí que no les advertí. El consumo de películas como ésta puede dañar la sensibilidad del espectador además de ser perjudicial para la salud, tanto de la suya propia como de quienes tiene a su alrededor, muy en especial en el caso de niños y mujeres embarazadas.
Seguro que habrá quien califique la película de obra de culto. Cuando las valoraciones oscilan entre el bodrio más absoluto y la crème de la crème, siempre encontramos quien, desde un plano superior al resto de la especie, infravalora al homo sapiens común relegándolo a la subespecie de los primates cuando sus planteamientos cinéfilos difieren de los suyos. Muy bien. Por ello no discutiremos. Cada sabio con su tema, ó cada loco si lo prefieren. Libertad, libertad, sin ira, libertad… Pero puestos a elegir, prefiero esos clásicos entrañablemente míos a modernidades surgidas de sacacorchos retorcidos que algunos llaman mentes.
Porque, esta pareja de directores franceses no se muy bien lo que quisieron hacer, tal vez dar forma a una leyenda urbana (extrañas mujeres en curvas de carreteras) ó plasmar en celuloide pesadillas post-canuteras. O ambas cosas. Y algunos los llaman geniales. Y para otros, no tienen nombre. Son mercachifles de pócimas curalotodo inmundas y disfrazadas de piedras filosofales, que se creen descubridores de la luna y hasta del toro, y lo que es peor, que intentan que los demás nos lo creamos.
Porque, aunque eso de que la vida y la muerte se solapan sea una idea demasiado manida, ellos tratan de darle originalidad a base de una mezcla no agitada de comedia y terror lo cual, en su justo término, puede aceptarse. Pero cuando las lindes se superan y la vida y la muerte se visitan entrecruzándose mutuamente (papeles de los muertos recogidos por los vivos ó Mudanzas El Infierno de visita turística en el Live World) pues, la verdad, eso ya atenta a mi dignidad mental como ser humano. Y claro, debe quedar fatal asumir que no se entiende nada... Tal vez quede fatal. No lo entiendo. Tal vez, es que no hay nada que entender. Tal vez las mentes se habían calentado en exceso con tanto porrete. Tal vez iban de listillos. O similar.
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