

A pesar de que el tema central es la fe como negocio lucrativo y los predicadores que hacían su agosto allá por los años de la gran depresión, resulta muy fácil de entender incluso para las generaciones actuales, muy distantes de aquellos hechos y situaciones, porque en definitiva de lo que se trata es de principios, de coherencia, de verdad, de integridad personal y bueno también de amor, que nunca viene mal y al público le gusta. Es una declaración de intenciones de Frank Capra, como si estuviese anunciando su disposición a ser el cuenta cuentos maravilloso de los años 30 y 40.
Y como princesa, una veintiañera Barbara Stanwyck con momentos interpretativos estelares, como la secuencia inicial en que, llevada por todas las furias vestidas de falsedad e hipocresía, expulsa del templo a la gente-reptil, a la gente-gusano. La lástima es que la víbora mayor del reino ocupa el lugar que las fieras dejaron vacío...y colorín colorado este cuento ha empezado...
Pero la verdad resplandece, los milagros llegan vestidos de cotidianidad, de aparatos de radio, de muñecos de ventrílocuos ó de fuego purificador. Tal vez los doctores consigan devolver la vista a John Carson (David Manners) pero ese no será el milagro. El milagro ya está hecho. Está en la verdad que resplandece y en la justicia que impera. Capra lo hizo. Y lo volvió a hacer una y otra vez más... Por eso, hoy, casi un siglo después, sigue estando ahí. Ya saben. En lo más alto.
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