sábado, 1 de marzo de 2008

EL PRINCIPE ESTUDIANTE (ERNST LUBITSCH, JOHN M. STAHL - 1927)




De tanto en tanto necesito una especie de reforzante de mis planteamientos cinéfilos. Algo así como vitaminas que me devuelvan las energías perdidas entre películas mediocres y actuaciones superficiales. Y en mi botiquín personal procuro llevar siempre unos cuantos comprimidos de Lang, de Wilder, de Murnau ó de Lubitsch. Únicamente ellos me devuelven el humor y el amor por esta herencia maravillosa de los Lumière.

¿No los conocen? En la farmacia pueden preguntar ¿Tienen pastillas para soñar? No tienen ni que mirar el prospecto. Su efecto es instantáneo y con toda seguridad recién las hayan tomado (con una basta) se sentirán nuevos, renovados, optimistas y soñadores. Y como su efecto es prolongado seguro que mantendrán la sonrisa muchísimo tiempo. Ahora, eso si, no deben mezclarse con artificiosos bodrios, especialmente si en su composición abundan las carreritas de coches, los efectos infernales ó locuelas buscan locuelos para vivir vida loca.

El príncipe estudiante es una JOYA donde Lubitsch derrocha un poquito menos de ironía y muchísimo más romanticismo de lo habitual en él. Tal vez por ello se afirmó que era una película para mujeres. ¿Para ellos las pistolas y para ellas las muñecas? ¡Por favor! ¿Es Sunrise de Murnau también para mujeres?.

Esta disquisición me parece absurda y me disgusta. Prefiero hablarles de esta película. Un consejo: Si tienen ocasión véanla. No tienen ni que elevar el volumen porque estamos hablando de una película muda (con una música excepcional que acompaña cada acción y cada movimiento). ¿Muda? Si. Si. Pero de esa mudez que no para de hablar con gestos, con miradas, con sonrisas, con llantos, con sombreros que se agitan, con jarras de cerveza que se alzan, con brindis, con lágrimas que se enjuagan, con campos florales llenos de amor y campos desflorados llenos de tristezas...

Ramón Novarro, con su aire eternamente aniñado: Perfecto. Norma Shearer, decidida, resuelta, sensible: Perfecta. Jean Hersholt, como el tutor: Genial e imprescindible. Lubitsch, como director, como creador, como genio: Sublime. En lo más alto. Si hay un Olimpo de los dioses cinematográficos búsquenlo allí. Seguro que lo encuentran.



1 comentario:

Anónimo dijo...

En el cartel casi aparece la bandera gloriosa sangre y oro