miércoles, 12 de octubre de 2011

LA VIUDA ALEGRE (ERNST LUBITSCH - 1934)


Del mismo modo que la salud del cuerpo exige el ejercicio físico, la salud cinéfila exige de tanto en cuanto un Lubitsch.  Ponga un Lubitsch en su vida o Todos los días un Lubitsch por lo menos podrían ser consignas de obligado seguimiento. Lubitsch es garantía de ese entretenimiento inteligente que regenera nuestras neuronas y cuyo mayor exponente es su famosísimo toque. Pero aun en aquellas contadas ocasiones en que la flauta mágica del alemán no alcanza tan excelso registro, las notas que de ella salen superan lo imaginable y muy pocos directores consiguen estar a su nivel.

La viuda alegre es una excelente comedia musical donde el gran Ernst Lubitsch se mueve como pez en el agua. Basada en la famosa opereta de Franz Lehar la acción se sitúa en Marshovia, pequeño reino cuyas finanzas se sostienen gracias a la fortuna de Madame Sonia, viuda interpretada por la cantante y actriz Jeanette MacDonald. Su marcha a París supone una crisis financiera que trata de resolverse enviando tras ella al galán y mujeriego Danilo (Maurice Chevalier). A partir de ese momento surge la comedia, el enredo y el ojo de Lubitsch, un director al que se le dan bien todas las temáticas y sabe salir airoso de todas las situaciones. Genios de la talla de Billy Wilder cuando se atascaban – porque “nadie es perfecto” – se interpelaban a si mismos “¿Como lo habría resuelto Lubitsch?” y si respondían con un mínimo de acierto a esta cuestión tenían prácticamente asegurado el éxito y la genialidad.


Pues bien, les decía, que Lubitsch se manejaba bien en todos los ambientes, pero el de la corte y la nobleza era una de sus especialidades. Recuerdo El Príncipe Estudiante, El abanico de Lady Windermere, La zarina y algunas más como películas que se mueven en el entorno de la realeza. Y en general, la mayoría de sus trabajos se desenvuelven entre clases adineradas y de la jet de su tiempo. Así que en La viuda alegre se encuentra como pez en el agua y ello tiene su reflejo en unos decorados fastuosos cuya fotografía es una muestra de arte y sensibilidad, en unas escenas de bailes de salón que hacen palidecer a las de El gatopardo, en unos diálogos irrepetibles por alguien que no sea Lubitsch, en unos silencios esclarecedores como no hay otros, donde hasta las puertas hablan más que las personas.


Se ha dicho que es una obra menor del gran Lubitsch. ¡Denme obras menores! ¿Se nota que me gusta su cine! Miren, ustedes, Lubitsch es tan genial – y hablo en presente porque es imposible que un genio así muera – que hasta consigue que me guste Chevalier, actor contra el que no tenía nada personal pero que no acababa de resultarme adecuado como galán. Lo borda. Jeanette MacDonald, voz prodigiosa, nos convence como actriz.


Y encima uno de mis actores-debilidad, Edward Everett Horton, asíduo de Lubitsch…

No lo dudo…


Puntuación: 10  (no se pueden guardar los dieces eternamente)   







jueves, 6 de octubre de 2011

LA FIERA DE MI NIÑA (HOWARD HAWKS - 1938)


Hacer una crítica sobre una película tan mítica como ésta no resulta fácil. Si juegas a favor de viento corres el riesgo de ser tachado de cinéfilo que no va más allá de clasificaciones y películas que deben verse aquí (seguramente porque en el otro barrio no las proyectan) y si el viento te da de frente siempre habrá quien ponga en tela de juicio tu competencia para emitir, no ya dictámenes, sino tan siquiera opiniones. En ese dilema uno no ve más que una salida: Mi verdad.

¿Y cuál es esa? Pues miren ustedes, les anticipo que sumando pros y restando contras la resultante sigue siendo muy positiva. Ciertamente no creo que estemos ante un film perfecto pero sí ante un film con momentos perfectos. No estamos ante, a mi juicio, el mejor Cary Grant sino ante un actor que estaba muy arriba pero sin alcanzar todavía su lugar propio en la comedia, lugar que alcanzaría con Historias de Filadelfia o Arsénico por compasión, antes que con este paleontólogo algo patoso y bastante simplón de La fiera de mi niña. No es el caso de Katharine Hepburn, quien sin apenas experiencia cómica, o tal vez por ello, conforma un personaje  distinto, mezcla de disparate y saber estar, que resulta ser un fresco contrapunto del remilgamiento del Dr. Huxley (Cary Grant). Se ha dicho, y resulta creíble, que Grant se inspiró en Harold Lloyd para interpretar su papel. Quizás por ello se dejó algo de si mismo en el camino.

Estamos ante lo que se ha venido a llamar una screwball, algo así como una comedia loca donde se derrochan absurdos, casualidades imposibles y situaciones increíbles a manos llenas ante las que debemos quitarnos la careta de la racionalidad si lo que pretendemos es dejarnos arrastrar por la locura colectiva de una comedia sin ese chispazo inteligente tipo Lubitsch pero con la grandísima virtud de convencernos durante hora y media de que lo absurdo y la realidad son una misma cosa.

No digo que sea perfecta porque hasta la desmesura debe dosificarse so pena de que el espectador cambie de plano astral y llegue a pensar que eso no es el planeta Tierra sino el país de Oz. En las escenas finales con el leopardo como protagonista se aúna la habilidad de colocar a los espectadores en un lugar de privilegio al conocer lo que en realidad está sucediendo, no así los personajes, lo cual aumenta la comicidad, con un desenlace demasiado lento y con momentos que se estiran más de lo conveniente quizás buscando una sonrisa que no acaba de llegar, tal sería el caso de la escena de la prisión.

Si no buscan obras maestras pero les apetece desinhibirse por un rato y colgar la cordura en el perchero quizás esta sea una buena manera.


Puntuación: 8,75