Siento una especial
atracción por aquellos spaguettis con salsa Leone que reinventaron el western.
No estoy minusvalorando los westerns americanos tradicionales ni muchísimo
menos. Los Ford, Mann, Hawks, Tourneur y tantos otros nos legaron películas del
Oeste para las que faltan sombreros que quitarse. Pero el western europeo insufló
al género un aire distinto, un compás pausado a veces hasta la exasperación y
una forma nueva de entender el tiempo y la vida, como apurándola, a la
japonesa, en la línea de los samuráis de Kurosawa, o a la europea, con el poso
de la historia de este viejo continente.
Las grandes y espectaculares
bandas sonoras dejaron paso a músicas mucho más intimistas que buscaban y
conseguían la complicidad con los espectadores, al tiempo que con sus ritmos
cuajados de silencios elevaban la tensión de interminables momentos.
Morriconne es el director estrella y su música es la principal seña de
identidad de este género (no concibo calificarlo como sub-género).
Almería fue un entorno
provilegiado. El desierto de Tabernas el enclave idóneo. Sus blancos cortijos
auténticos asentamientos mejicanos. Tanta idoneidad y el éxito de los primeros
trabajos llevó a una profusión de westerns hispanos, en soledad o en
coproducción, donde las penas fueron mayores que las glorias. Los spaguettis de
tanto estirar se nos volvieron churros y aunque aquel fenómeno diese su trabajo
y cierto auge a una zona deprimida, la calidad de los productos solía estar
bajo mínimos.
Pero es cierto que hubo vida
más allá de Sergio Leone. Otro Sergio, en este caso Corbucci, se atrevió con
Django, un superhéroe línea comic de dedos ágiles y gatillo al tres en uno,
capaz de no dejar títere con cabeza en menos que se liquidan a cuarenta
matones. Un héroe enigmático con sonrisa giocondiana entre la superioridad, el
desdén y la autoconfianza del invencible por exigencias del guión.
Con una música sobresaliente y reconocible de Luis Enrique Bacalov y
un ataúd a rastras sobre los terrenos más sucios y embarrados que se hayan
visto en la desértica frontera mejicana, el inicio de este film B con rasgos
puramente góticos es francamente espectacular. La flagelación de una hermosa
mujer y la intervención de Django (Franco Nero), la llegada a un pueblo
prácticamente muerto entre ciénagas y lodo donde solo sobrevive un burdel de
prostitutas de tercera calidad en riesgo de quedarse sin clientes, regentado
por un violinista bajo el tejado con pocas posibilidades de hacerse rico dada
la extorsión a la que está sometido por los mafiosos, a lo kukluxklán, del lugar,
nos dejan un inicio esperanzador, anticipo de una película interesante, alta de
violencia y con un final espectacular, en la línea superhéroe máximus, aunque
con un desarrollo irregular y algunas situaciones no demasiado creíbles por
falta de pulimiento (el nº de latigazos a la hermosa María, Loredana Nusciak parece no haber dejado en
ella ninguna huella ni signo exterior alguno de dolor ¿o habrá encontrado el
milagroso bálsamo de Fierabras?.
El hecho de que Tarantino se
ha fijado en este film para películas propias, puede incrementar el interés por
este Django primigenio. Sin embargo pienso que sus mimbres son válidos por si
solos, sin necesidad de que nada ni nadie, ni siquiera Mr. Quentin venga a
echar un cable. Ahora, tampoco esperen milagros. Y por descontado la sombra de
Leone es alargadísima y la de Eastwood más.
El pabellón hispano queda en buen lugar con las meritorias actuaciones de José Bódalo y Eduardo Fajardo
Puntuación: 7,00